El último día, tiempo para hacer preguntas basadas en la
observación de la propia experiencia.
La primera consigna, permitir los movimientos respiratorios,
no hacerlos, ¿qué quiere decir permitirlos?
La respiración es la única función fisiológica en la que es
posible influir directamente con la voluntad. Si te propones respirar de una
manera determinada, lo más seguro es que no puedes hacerlo más que unas pocas
respiraciones y la sensación es la de algo impuesto desde fuera. ¿No hay ya demasiadas
cosas impuestas desde fuera? Permitir los movimientos respiratorios quiere
decir darte tiempo para que cada uno se produzca desde un ritmo que viene de dentro.
La clave para encontrar este ritmo está en la espiración,
concretamente al final de la espiración, cuando ya ha salido todo el aire que
sale fácilmente, con sólo relajar los músculos que han trabajado en la
inspiración. Todavía hay un aire residual en el cuerpo que es suficiente para
poder descansar un ratito antes de volver a coger aire de nuevo. Así entre
espiración e inspiración hay un momento de descanso que puedes concederte de
forma deliberada y consciente. No es cuestión de parar la respiración. Simplemente es un momento breve, lo que dura un pensamiento, para constatar la presencia del suelo por debajo. En cuanto el organismo avisa de que necesita aire, simplemente lo dejas entrar. Seguramente fluirá justo allí donde lo necesitas.
También para el movimiento de expansión resultante de la
inspiración te concedes tiempo para que se produzca en toda la amplitud
deseada. Cuando aparece la sensación de que ya es suficiente, no intentes
guardarte el aire dentro sino déjalo salir en seguida. Siguiendo la dirección
del movimiento de la espiración de nuevo te orientas hacia el eje central del
cuerpo y hacia el suelo. Descansa en el núcleo de tu ser, con el apoyo del
mundo material. Y vuelta a empezar.
Si notas que no puedes descansar ni en el núcleo de tu ser ni
en el suelo, fíjate en qué te lo impide. Con pequeños ajustes en la posición de
tu cuerpo relativa al suelo, encuentra la que mayor apoyo ofrece y la que mejor
facilita el flujo de los movimientos respiratorios. Abre el espacio del cuerpo
desde dentro dándote tiempo para cada uno de los movimientos de la respiración
y el momento de descanso al final de la espiración.
¿Cómo ayuda esto para regular las emociones?
El patrón habitual de tensión reduce los movimientos
respiratorios en un esfuerzo por mantener sensaciones y emociones que no
sabemos gestionar fuera de la experiencia consciente. Cuando los movimientos
respiratorios se vuelven más profundos y amplios, las emociones y sensaciones
retenidas afloran. Entonces será necesario acogerlas. No obstante, solemos
volver rápidamente a la respiración restringida del patrón habitual, en cuanto
asoman las sensaciones que originalmente nos impulsaron a generar la tensión
que con el tiempo se constituyó como patrón habitual.
Hay toda una serie de “técnicas de respiración” que apuntan
a una movilización para facilitar la expresión de esas emociones. Se basan en
la idea de que una vez que las emociones reprimidas se hayan expresado, la persona
queda liberada. Aunque conlleve un alivio momentáneo y un aumento de energía
temporal, la hiperoxigenación que estas “técnicas” usan conlleva una activación
de la rama simpática del sistema nervioso autónomo con un aumento de la
respuesta de estrés. Las emociones se vuelven intensas y ruidosas. Igual que la
lluvia que baja la montaña ahonda la riera cada vez que pasa por ella, el
sistema repite una y otra vez las mismas
dinámicas con las mismas emociones. No hay lugar para una verdadera toma de
conciencia y, por tanto, para ocuparse de forma eficaz del asunto del que las
emociones informan.
Por esto, una y otra vez volvemos a la primera consigna:
enfocar la atención en permitir los movimientos respiratorios. Cuando aflora
emoción, al orientar la atención hacia el centro del cuerpo, abrimos una vía
por donde la emoción puede fluir a través del núcleo del ser vivo que somos. Al
orientar la atención hacia el suelo, la parte de nuestro ser presa de la
emoción puede experimentar apoyo real en el mundo material. Al inspirar le
aportamos energía, cariño, interés. En vez de desbordarnos con la emoción,
intentamos crear un espacio en el que puede fluir y podemos sentirla para
llegar a entender de qué nos avisa.
Toda emoción avisa de algo, de deseos, necesidades y su
grado de satisfacción. Sentimos alegría cuando se nos ha satisfecho un deseo o
una necesidad. Nos ponemos tristes cuando perdimos algo que era valioso o no
conseguimos algo que nos importaba. Nos enfadamos cuando se nos tuerce algo que
queríamos, nos vemos obligados a apechugar con algo que no queríamos para nada
o no decimos algo que queríamos decir. Cuando sepamos de qué nos avisa la
emoción, podemos discernir si es relevante en relación con algo actual o si la situación
actual no es más que una re-escenificación de algo que nos pasó cuando teníamos
cuatro años o tres meses o quince años y que entonces no logramos gestionar más
que apartando las emociones relativas a esa situación mediante la tensión de
nuestros músculos. Aunque no tengamos ningún recuerdo consciente de lo que
pueda haber pasado, el organismo lo recuerda. Recuerda lo que hicimos para
arreglárnoslas con ello. Por tanto, esas emociones siguen activas en el sistema
por debajo del umbral de la experiencia consciente y vuelven a aparecer una y
otra vez, repitiendo las mismas dinámicas.
Si dejamos a esas emociones dirigir nuestro comportamiento,
dejamos una vida adulta al mando de un niño. Lamentablemente, el escenario
político y socioeconómico actual en el mundo muestra todos los rasgos de una
conducta infantil. Desde luego, el aspecto infantil carece de la capacidad de
dirigir una vida adulta, por tanto, convive con una continua sensación de
insuficiencia, incapacidad, frustración, etc. Construimos diques, presas, esclusas,
muros de contención para no sentirlas. De vez en cuando se rompen los muros y
las emociones irrumpen e inundan la experiencia de forma violenta… siempre la
misma dinámica.
Enfocando una y otra vez nuestra atención en permitir los
movimientos respiratorios, es decir darles tiempo para que puedan suceder,
sobre todo, concedernos el momento de descanso en el centro del ser vivo que
somos sobre las bases materiales que sustentan nuestra vida, creamos un cauce
en el que esas emociones pueden transcurrir de forma más pausada. Así no
reaccionamos de forma habitual, inconsciente, rápida, antes de poder darnos
cuenta de lo que está sucediendo, sino que tenemos más tiempo para evaluar lo
que sucede y lo que sentimos y tomar una decisión más fundamentada.
Sentir algo difícil de tolerar con apoyo lo hace más
tolerable que verte superado por una avalancha que te arrastra y te quita el
suelo de debajo de los pies. Además dispones de más energía para hacer frente a
lo que sea que la emoción de plantea. Respirar del modo propuesto te da acceso
a la creatividad que reside en el núcleo de tu ser de modo que sea más fácil
encontrar soluciones creativas que atrapados en el hábito no se nos pueden
ocurrir.
¿Y con los pensamientos que aparecen, qué hacéis? ¿Tomáis
nota de ellos? ¿Los dejáis pasar?
R1: Sí y sí. Tomo nota de ellos y los dejo pasar. A veces
hay pensamientos que valen la pena. Tomo nota y me propongo luego investigar y
elaborarlos más. Y vuelvo a enfocar mi atención en permitir los movimientos
respiratorios. A fin de cuentas sólo puedes respirar ahora y aquí. Muchos pensamientos
giran alrededor de cosas del pasado, del futuro o de conjeturas y no precisamente
de un modo constructivo. Una y otra vez, enfoco mi atención en la relación
entre el espacio interior y exterior para que facilite el flujo y puedan seguir
su camino sin que nada en mí los retenga.
R2: Hoy he venido con un asunto y al respirar el asunto se
me plantea una y otra vez. Los pensamientos me llevan aquí (señala a un espacio
al lado de la sien izquierda) y dan vueltas. Cuántas más vueltas dan, tanto más
encogen el espacio en mi cuerpo hasta que sólo parece existir el espacio donde
dan vueltas. Al enfocar mi atención en la respiración, vuelvo a darme cuenta de
la existencia de mi cuerpo y el espacio que se abre en el interior crea un
contrapeso a esa cosa que me da vueltas aquí (de nuevo señala el espacio al
lado de la sien izquierda). Y señalo aquí porque literalmente es aquí donde lo
siento, fuera de mí. Así hay posibilidad de un diálogo lo cual es mucho mejor
que quedarme reducida a esto (de nuevo señala el espacio al lado de la sien
izquierda).
R3: Más que responder a la pregunta quiero compartir que he
descubierto un aspecto de mí que no conocía y que me gusta. Con esta
respiración llego a una postura más erguida sin tener que hacer un esfuerzo para
levantar el pecho ni los hombros ni nada. Lo he observado incluso caminando por
la calle. Es como si me sintiera más orgulloso de mí.
R4: Lo que me fascina es que al enfocar la
atención en permitir los movimientos respiratorios descubro la relación que
existe entre mí y mi entorno y puedo ajustarla para que las cosas fluyan de la
mejor manera posible. Así descubro que eso que llamo “yo” no es más que una
parte de lo que soy, que soy mucho más. De ello se derivan muchas posibilidades
a mi alcance de las que ese fenómeno de la naturaleza que llamamos “yo” no
puede ni soñar. Como fenómeno de la naturaleza, el “yo” se presta a ser
estudiado para llegar a comprender su funcionamiento y encontrar el lugar adecuado para él en el
conjunto de la vida para que pueda cumplir con su función ejecutiva de un modo
eficaz. Dejarlo al mando de nuestros actos sin una comprensión de su relación
con el todo nos deja en manos de un niño que juega con armas de fuego. Respirar
con conciencia de los movimientos respiratorios y de la relación con el suelo y el
espacio abierto permite adquirir esta comprensión y descubrir lo delicioso que
es la vida cuando ocupamos el espacio que nos corresponde en relación al
conjunto.
Para concluir constatamos la importancia de la
respiración: Es lo primero que hacemos cuando llegamos al mundo y lo último
antes de irnos.