jueves, 7 de diciembre de 2017

Culpa inconsciente

Hacia una solución del conflicto hispano-catalán (2)

La culpa es un sentimiento saludable que nos moviliza a buscar maneras de reparar el daño causado a otros a través de nuestra acción o no-acción. Cuando un sentimiento de culpa genuina se experimenta como intolerable, la mente consciente la reprime por debajo del umbral de conciencia. La culpa inconsciente, entonces, se convierte en un obstáculo en las relaciones de esa persona que le impide relacionarse y comunicarse con otros de forma veraz. Desde el inconsciente, la culpa se proyecta sobre la(s) persona(s) dañada(s) por la acción o no-acción de quien ha incurrido la culpa, a la vez, que también genera alguna forma de auto-castigo, por ejemplo, mediante el fracaso de sus esfuerzos por crear una vida feliz y de éxito para sí mismo, su familia o su país. Naturalmente siempre cree que la falta de éxito es por culpa de otros.

A menudo la culpa inconsciente genera enfermedad, en el cuerpo o en la mente. Viene acompañada de una gran necesidad de estar a la defensiva, porque existe una amenaza constante de que algo pueda causar el colapso de la manera en la que uno ha organizado su vida, a nivel individual o colectivo. Puede que haya una amenaza de que alguien pueda responder con represalias al daño que le ha sido causado. Pero incluso si las personas dañadas por nuestra acción o no-acción son pacíficas y no tienen ninguna intención de contraatacar, quizás, ni siquiera tienen conciencia del origen del daño sufrido, uno se siente amenazado por ellas. La amenaza está en su interior. Proviene del sentimiento de la culpa genuina. Cuanto más nos defendamos contra ella, tanto mayor será la presión ejercida por el sentimiento, ya que el esfuerzo de reprimirlo y mantenerlo debajo del umbral de la conciencia lo va comprimiendo cada vez más. De este modo la sensación de estar amenazado va creciendo.

La identidad de una persona, la sensación de que “este soy yo”, “este es quien soy”, de hecho, no es más que la capa superficial de quienes realmente somos. No es más que la forma en la que nos presentamos al público –y a nosotros mismos- que se mantiene per medio de los esfuerzos que hacemos por apartar de nuestra propia conciencia y la de todo el mundo aquellos aspectos de nuestra persona que tememos ver. Allí es donde se encuentra la culpa inconsciente. Por debajo de todo ello se encuentra la raíz biológica de quienes somos, del ser vivo que es el fruto de una larga evolución de afinidades y cooperación entre unidades individuales: partículas, elementos, moléculas, células, seres unicelulares, seres multicelulares simples, organismos multicelulares complejos y organismos multicelulares complejos que tienen la capacidad de tener conciencia de sí mismos y de la red interconectada e interdependiente de la que forman parte, aunque no utilicen esa facultad como sería de desear.

Cualquier acción o no-acción contraria a esa raíz biológica de nuestro ser es propenso a generar culpa, porque en todo momento permanecemos conectados con la red de la que nuestra vida es fruto. Lo que hacemos y no hacemos tiene un efecto en el todo. Si es alineado con los procesos básicos de la evolución, la afinidad y la cooperación, medramos y nuestro florecimiento enriquece el conjunto, lo hace más complejo y más diverso. Si la acción o no-acción se enfoca en acumular poder en detrimento de otros, uno puede tener un éxito limitado durante un tiempo, pero siempre acompañado de culpa inconsciente y, a la larga, causará su propio derrumbe.

Existe también otro nivel de culpa que tiene que ver con la comunidad, la tribu o la familia a la que pertenecemos. En una familia de ladrones, por ejemplo, un miembro que tiene una noción más clara de la raíz biológica de su ser puede sentir que tomar algo de otros sin devolver nada en una medida proporcional está en conflicto con el proceso básico de la evolución y negarse a hacerlo. No obstante, esa persona probablemente también sentirá culpa porque su negativa crea una separación en la familia. Esta clase de persona tendrá que elegir cuál culpa pesa más.

Si una persona compra grandes extensiones de terreno a un buen precio y luego convence el líder de un grupo a establecer las actividades del grupo en esas tierras, vendiendo parcelas a un elevado precio a los miembros de este  grupo, uno podría considerarlo un astuto hombre de negocios. Si al cabo de un tiempo vuelve a repetir la misma acción y se sale con la suya, tal vez, sigue sintiéndose orgulloso de sus actos. Aunque bajo un escrutinio de cerca su conducta sea cuestionable, a su modo de ver no hay nada de que sentirse culpable. Por tanto, sus descendientes continuarán organizando sus vidas y acumulando riquezas del mismo modo. “Es cómo se hace. Siempre se ha hecho así. Por tanto, tenemos el derecho de seguir haciéndolo así. ¡Es lo correcto! ¡Es la ley!” Ahora, siglos más tarde, digamos, por ejemplo, que la Unión Europea concede dinero a España para construir una infraestructura como el corredor mediterráneo, que crearía una forma relativamente ecológica de distribuir mercancías a través de toda Europa. Digamos, este dinero se gasta no en el proyecto por el que fue concedido sino en construir infraestructuras que no tienen más uso que el de enriquecer a unos pocos, a la vez que dañan la comunidad en conjunto. Aunque esas personas se sientan con el derecho ancestral de usar las estructuras legales del estado para orquestar sus asuntos y no tengan ninguna conciencia de que sus actos están en conflicto con la ley, existe una culpa genuina. Existen diversas estrategias para negar esa culpa, pero ninguna de ellas la hará desaparecer; ni siquiera si la fuente más elevada de poder en el estado dicta leyes para convertir la transacción en legal y persigue aquellos que la cuestionan. Todas esas estrategias no pueden hacer otra cosa que crear sufrimiento para la red entera de vida interconectada e interdependiente hasta que la culpa sea reconocida y pagada por aquellos que la incurrieron.

Una culpa genuina desaparece en cuanto la persona o el colectivo culpables hagan los pasos necesarios para reparar la relación dañada. La culpa neurótica es eterna, incluso si nace de un intento inconsciente de redimir una culpa genuina. Redimir una culpa a través del sufrimiento es una de las muchas demandas poco realistas de las personas que sufren de una culpa neurótica. No es posible. El autocastigo paraliza y lleva a la persona a retirarse internamente de cualquier relación. La proyección lleva a la continuación de acciones o no-acciones dañinas. La única forma de hacer frente a una culpa es reconocerla y reparar el daño causado.

Lamentablemente es cuestionable si las personas y entidades cuyas acciones y no-acciones han causado los diferentes niveles de crisis que el mundo está atravesando en términos de cambio climático, contaminación del medio ambiente, guerras, terrorismo, conflictos de determinación territorial, etc., tienen la valentía e integridad necesarias para admitir su culpa y limpiar sus actos.

Esta observadora los imagina en sus casas particulares empezando a vislumbrar la verdad: “¡Por dios! ¡No me di cuenta! De hecho debería serles agradecido a las personas que han intentado durante tanto tiempo llamar mi atención. No tengo ni idea de cómo parar el caos que he ayudado a crear. ¡Tal vez puedo empezar por decir que me arrepiento! ¡Quizás, si extiendo mis manos hacia ellos, juntos podamos encontrar una formar de limpiar el asunto!

El jueves, 28 de septiembre de 2017, esta observadora deseaba que el presidente de España, Mariano Rajoy, dijera las mismas palabras que dijo como líder de la oposición en mayo 2006.



Alguien tendrá que decirlas, tarde o temprano, porque mientras la culpa de España por haber engullido a Cataluña permanezca inconsciente, la bancarrota y el fracaso permanecerán endémicos en ambos países. Juntas, cada una con su propia soberanía, seguramente podrán lograr una convivencia mutuamente enriquecedora.

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Brigitte Hansmann
Análisis de Patrones Arquetípicos
Ciencias Lingüísticas Aplicadas
DFA Reconocimiento de Patrones Somáticos
Integración Estructural
www.dfa-europa.com

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