¿Cómo es
posible que personas que se esfuerzan por crear paz y unión, hagan lo que
puedan para dar apoyo a la independencia de un país? ¿No se trata de unir en
lugar de separar? Para alguien que no conoce, o conoce solo superficialmente,
la historia catalana, el pueblo catalán y el presente catalán dentro de España,
ciertamente es difícil de comprender. Tratar esta cuestión en profundidad en un
marco de espacio limitado es imposible. Pero una comparación puede clarificar
el asunto.
Imaginaos un
matrimonio entre un hombre católico y una mujer católica, o sea, un enlace
sagrado indisoluble entre dos personas. En el momento de casarse, todo el
patrimonio de la mujer pasa a manos del hombre. Al cabo de unos años, él le
niega el derecho de decidir sobre sus asuntos: Eres mía y todo eso sobre lo que
quieres decidir también es mío. No tienes nada que decir al respecto. De tus
abuelos, tu padre y tu hermano mayor no hace falta que esperes ayuda, ya los he
matado. Y como sigas quejándote, mataré también a tu madre y los hermanos y
hermanas que te quedan.
Pasan los
años y, cuando la madre ya murió, la mujer quiere el divorcio. Sus hermanos y
hermanas la apoyan en su intención. El hombre no quiere saber nada de esto;
interviene sus cuentas bancarias, la derrenga a golpes, la calumnia y la
encarcela. A los compañeros de su peña de tertulias su actitud les resulta
incómoda, pero hablan de nada más que de la indisolubilidad del sacramento del
matrimonio y de que las dificultades deberían resolverse en la vida privada de
la pareja. Pero un día a uno de los contertulianos se le escapa lo que les
preocupa realmente: si se reconoce la legitimidad de la demanda de la señora
posiblemente las esposas de otros contertulianos también querrán seguir el
ejemplo de ella.
Legitimidad no tiene ni pizca la reivindicación de España sobre Cataluña. La anulación de un enlace que existe bajo las condiciones mencionadas no debería ser más que una formalidad. La principal dificultad reside en el hecho de que España niega el factor diferencial de Cataluña, a la vez que se siente amenazado precisamente por esa diferencia. Los catalanes tienen una cultura muy diferente de la española. Esto salta a la vista de cualquiera que se tome el tiempo de mirar aunque sea solo un poco. El principio al que los catalanes siguen es “hablando la gente se entiende”. Esto quiere decir que también saben escuchar para saber con quiénes están tratando y qué les importa a los otros. Tal vez llegaron a desarrollar el arte de negociar porque España les prohibió participar en la conquista de América que dejó casi la península ibérica entera desforestada con tantos barcos que se construyeron para buscar “El Dorado”, la ciudad de oro a ultramar. Muchos suelos fértiles se perdieron debido a la erosión provocada por la falta de bosques, y la tierra sufre una fuerte tendencia a la desertificación. Los incendios provocados para recalificar tierras para la construcción hacen otro tanto en nuestra época.
Los intentos continuados a lo largo de los siglos de suprimir la cultura catalana e imponer la española califican la reivindicación española sobre Cataluña como la de un conquistador sobre una colonia. De hecho, Cataluña nunca llegó a ser una parte de España, ni siquiera desde el punto de vista español. Sólo hace falta ver lo que los propios españoles han ido diciendo sobre los catalanes a lo largo de los siglos. Siempre se les ha visto como diferentes y siempre como una amenaza. Pero lo que es amenazante en los catalanes, es la culpa inconsciente de quien los maltrata, que no tolera verla y, por esto, la niega y la proyecta sobre las personas maltratadas.
Desde el punto de vista de esta autonombrada observadora internacional del conflicto hispano-catalán en ninguna otra parte hay una historia tan acerba y unívoca como aquí. Puede que esto se deba a mi ignorancia. Pero mi propuesta para los señores contertulianos es que aprendan del comportamiento fallido de su compañero. Si uno quiere tener una buena relación con unas personas, lo sensato es conocer las particularidades de estas personas, escucharlos y hacer suyos sus deseos y sus miedos para poder cumplir los deseos en la medida de lo posible y ofrecer protección donde reina el miedo. Pero en el caso de Cataluña, ni esto serviría a estas alturas. La unión entre España y Cataluña fue condenada al fracaso a partir del momento en el que dejaron de existir las Españas, cuando España empezó a suprimir las facultades de autogestión del pueblo catalán y a imponer a la fuerza el orden centralista que caracteriza el gobierno español.
Una característica del pueblo catalán es su capacidad de integrar a personas que son diferentes en la población general. Los españoles que viven en Cataluña, por esto, no tienen nada que temer. Además, a esta observadora internacional autonombrada le parece que nadie quiere poner fronteras, sino simplemente delimitar las competencias que tocan a cada uno en su propio territorio. Una buena relación entre España y Cataluña podrá crearse, en cuanto España reconozca la soberanía catalana.
Negar la forma de ser diferente de una persona o de un pueblo es violencia, ya sea a través de armas o a través de leyes y constituciones. Las leyes y las constituciones existen para regular la convivencia en la sociedad y para asegurar el respeto y la igualdad de derechos en los tratos mutuos entre los miembros de la comunidad. Las leyes que son contrarias a esta finalidad, a la larga, no son sostenibles porque, en vez de regular la convivencia, fomentan el hundimiento de la comunidad en su totalidad.
Legitimidad no tiene ni pizca la reivindicación de España sobre Cataluña. La anulación de un enlace que existe bajo las condiciones mencionadas no debería ser más que una formalidad. La principal dificultad reside en el hecho de que España niega el factor diferencial de Cataluña, a la vez que se siente amenazado precisamente por esa diferencia. Los catalanes tienen una cultura muy diferente de la española. Esto salta a la vista de cualquiera que se tome el tiempo de mirar aunque sea solo un poco. El principio al que los catalanes siguen es “hablando la gente se entiende”. Esto quiere decir que también saben escuchar para saber con quiénes están tratando y qué les importa a los otros. Tal vez llegaron a desarrollar el arte de negociar porque España les prohibió participar en la conquista de América que dejó casi la península ibérica entera desforestada con tantos barcos que se construyeron para buscar “El Dorado”, la ciudad de oro a ultramar. Muchos suelos fértiles se perdieron debido a la erosión provocada por la falta de bosques, y la tierra sufre una fuerte tendencia a la desertificación. Los incendios provocados para recalificar tierras para la construcción hacen otro tanto en nuestra época.
Los intentos continuados a lo largo de los siglos de suprimir la cultura catalana e imponer la española califican la reivindicación española sobre Cataluña como la de un conquistador sobre una colonia. De hecho, Cataluña nunca llegó a ser una parte de España, ni siquiera desde el punto de vista español. Sólo hace falta ver lo que los propios españoles han ido diciendo sobre los catalanes a lo largo de los siglos. Siempre se les ha visto como diferentes y siempre como una amenaza. Pero lo que es amenazante en los catalanes, es la culpa inconsciente de quien los maltrata, que no tolera verla y, por esto, la niega y la proyecta sobre las personas maltratadas.
Desde el punto de vista de esta autonombrada observadora internacional del conflicto hispano-catalán en ninguna otra parte hay una historia tan acerba y unívoca como aquí. Puede que esto se deba a mi ignorancia. Pero mi propuesta para los señores contertulianos es que aprendan del comportamiento fallido de su compañero. Si uno quiere tener una buena relación con unas personas, lo sensato es conocer las particularidades de estas personas, escucharlos y hacer suyos sus deseos y sus miedos para poder cumplir los deseos en la medida de lo posible y ofrecer protección donde reina el miedo. Pero en el caso de Cataluña, ni esto serviría a estas alturas. La unión entre España y Cataluña fue condenada al fracaso a partir del momento en el que dejaron de existir las Españas, cuando España empezó a suprimir las facultades de autogestión del pueblo catalán y a imponer a la fuerza el orden centralista que caracteriza el gobierno español.
Una característica del pueblo catalán es su capacidad de integrar a personas que son diferentes en la población general. Los españoles que viven en Cataluña, por esto, no tienen nada que temer. Además, a esta observadora internacional autonombrada le parece que nadie quiere poner fronteras, sino simplemente delimitar las competencias que tocan a cada uno en su propio territorio. Una buena relación entre España y Cataluña podrá crearse, en cuanto España reconozca la soberanía catalana.
Negar la forma de ser diferente de una persona o de un pueblo es violencia, ya sea a través de armas o a través de leyes y constituciones. Las leyes y las constituciones existen para regular la convivencia en la sociedad y para asegurar el respeto y la igualdad de derechos en los tratos mutuos entre los miembros de la comunidad. Las leyes que son contrarias a esta finalidad, a la larga, no son sostenibles porque, en vez de regular la convivencia, fomentan el hundimiento de la comunidad en su totalidad.
La única
solución arquetípicamente coherente del conflicto hispano-catalán es el
reconocimiento de la soberanía catalana. Aunque le cueste al gobierno español,
le será posible saldar la culpa del maltratador solo si emprende pasos para
reparar la relación dañada. Solo de esta manera podrá la sociedad española
reorganizarse para participar juntos con una población catalana soberana en las
aportaciones necesarias para mantener la comunidad europea. Pero si se continúa
negando la culpa del gobierno español, esta seguirá poniéndose de manifiesto a
través de actos fallidos, bancarrotas, fracasos y falta de éxitos, muy
probablemente no solo en España y Cataluña sino en el conjunto de la peña
europea. Eliminar la existencia de esta culpa no es posible, ni siquiera si
España lograra enterrar hasta el último catalán, cosa que es poco probable. Hay
un dicho catalán según el cual cada catalán que se pone bajo tierra se
convierte en un puñado de semillas. Y de cada una de esas semillas crecerá otro
catalán.
Para una
persona que hace lo que puede para crear paz y unión en la humanidad
prácticamente es indispensable dar apoyo al intento catalán de lograr la
autodeterminación, porque la paz y la unión son imposibles, si se fuerza un
pueblo contra su voluntad a participar de un estado, especialmente si ese
estado se burla del estado de derecho como la hace el gobierno español actual.
Como nación soberana con toda seguridad Cataluña hará una aportación valiosa a
la convivencia pacífica de todos los pueblos y a la unión de la humanidad. Los
únicos que se sienten amenazados por esto son aquellos que hasta ahora, de
forma impune, han ido llenando sus bolsillos con los bienes que pertenecen a la
comunidad.
19 de octubre 2017
Brigitte Hansmann
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