jueves, 20 de diciembre de 2018

Traumas multigeneracionales - Círculo vicioso o espiral de aprendizaje

Perspectivas somáticas y arquetípicas del trauma multigeneracional individual y colectivo en la raíz del conflicto entre Cataluña y España


Prólogo

Cuando una persona ha tenido una experiencia traumática necesita un tiempo para restaurar su equilibrio interior. Durante una temporada puede resultarle intolerable cualquier estímulo que tenga algún parecido con lo que pasó. Puede que evita el sitio o la clase de sitios donde sucedió; ciertos olores pueden provocar una reacción de rechazo; una voz o cadencia de voz, el sonido de una música o una lengua, o determinadas palabras pueden activar desde sensaciones que lo incomodan hasta reacciones violentas.

Algunas personas intentan organizar su vida para evitar esa clase de estímulos, pero incluso si lo logran –y a menudo no es posible-, desarrollan síntomas de estrés postraumático y toman medicamentos u otras drogas para suprimirlos. Por debajo del umbral de la conciencia, con el paso del tiempo aumenta la presión de las energías reprimidas que deberían ser metabolizadas para restaurar el equilibrio interior. A medida que la presión se incrementa, crece el esfuerzo necesario para apartarlas de la experiencia consciente.

Otras personas dan los pasos necesarios para metabolizar la experiencia, asimilan lo que tiene alguna utilidad para la continuación de su vida y evacuan lo que no la tiene. La vida de las personas del primer grupo se va reduciendo cada vez más. Suelen quedarse atrapadas en un círculo vicioso de repeticiones infinitas de dinámicas que vuelven a evocar las condiciones traumáticas. Los patrones de conducta que desarrollaron para defenderse contra las sensaciones que no toleran y la sensibilización hacia los estímulos que los desencadenan se transmiten de generación en generación. Esas personas viven desconectadas de un amplio espectro de su vida interior y a la defensiva ante un entorno que consideren hostil. 

El segundo grupo aprende de la experiencia. Aunque las personas pueden haber sufrido daños muy graves, al procesar la experiencia aprenden a crear mejores relaciones, a valorar la vida en general, la suya igual que la de los demás. Aprenden a reconocer y aprovechar oportunidades que la vida les ofrece y a ayudar a sus coetáneos y sucesores a continuar aprendiendo de los errores y aciertos propios y de los de otros.

En esta trilogía quiero ilustrar algunas dinámicas propias del trauma, algunas actividades que pueden ayudar a restaurar el equilibrio interior y otras que graban las huellas del trauma cada vez más profundamente en el cuerpo y la psique. Y quiero aclarar una cuestión que a mucha gente le cuesta entender: cómo se transmiten esas huelas de una generación a otra. He escogido tres fechas señaladas, relacionadas con experiencias traumáticas colectivas que pueden mostrar qué cura, qué traumatiza, qué eterniza el trauma en un círculo vicioso y cómo se puede aprender de él para transformarlo en una espiral de aprendizaje.

Escribí en catalán, como catalana  que he llegado a ser y, después, traduje al castellano. Como alemana que soy por haber nacido y crecido en Alemania, hija y nieta de padres y abuelos alemanes, diez años después del fin de la segunda guerra mundial, descubrí Cataluña en 1977. Encontré un pueblo que me acogió con los brazos abiertos. Me permitió encontrar vías para explorar mi vida interior y me dio la distancia de mi tierra natal que necesitaba para poder poner en perspectiva algo que sentía pero que no entendía. Sólo sabía que me pondría enferma y que moriría joven de ello, si no lograba identificar de qué se trataba para poder ponerle remedio. Me fue posible integrarme en la sociedad catalana y desarrollar las cosas que me hacen feliz y sentirme útil como persona y profesional. Llegué a descubrir qué me ponía enferma, primero en el ámbito personal y familiar, pero una sensación de resolución duradera apareció tan solo cuando reconocí la envergadura de la dimensión colectiva de lo que me estaba pasando.

Por ejemplo, de cara a los españoles y los catalanes, reconozco que como alemana soy portadora de una parte proporcional de la culpa de haber ayudado a las fuerzas rebeldes bajo el comando del general Franco a tumbar el estado de derecho democrático de la república española, a imponer su régimen totalitario y a cometer y ocultar un gran número de crímenes contra la humanidad. Desde el punto de vista del reconocimiento de patrones somáticos [Hansmann, 1997, 2013] y del análisis de patrones arquetípicos [Conforti, 1999, 2009] las dinámicas son claras. Son herramientas que utilizo para reconocer y describir las dinámicas del trauma multigeneracional y para ayudar a las personas a reconocer los patrones que se desarrollaron para adaptarse y sobrevivir en un entorno de guerra y dictadura y a desarrollar conductas que fomentan una vida satisfactoria en paz y libertad.

Aunque esta trilogía hace referencia a Cataluña y España y a Alemania, las dinámicas que mantienen la vida atrapada en el círculo vicioso del trauma multigeneracional y que pueden transformarlo en una espiral de aprendizaje son las mismas en todos los países del mundo. Empecé a escribir cada parte el día indicado en su título, primero en catalán, luego lo traducía al castellano, después al alemán y finalmente al inglés. Ojalá llegue a mucha gente en todas partes del mundo y ayude a dejar atrás las grabaciones del trauma y a crear buenas relaciones entre todos.

Durante el trabajo con mis clientes voy constatando continuamente que el cuerpo responde cuando se reconoce lo que lo atrapa en un patrón de tensión que causa dolor. Una persona dijo, por ejemplo, que no sentía una parte de su pierna, que era como si no fuera suya. Le propuse hacer la prueba y entender esa sensación como una expresión verídica de la realidad, porque era posible que hubiera empezado a tensar la pierna tal como lo hizo por algo que sentía en su infancia en la relación con su madre, su padre u otra persona alegada y que realmente la tensión era más de aquella persona que de ella. Mientras hablaba tenía su pierna y su pie en mis manos. Fue impresionante sentir cómo el pie empezaba a pesar más a medida que la tensión del muslo se soltaba, mientras mis palabras llegaban a los oídos de la persona, incluso antes de que realmente pudiera formar una comprensión racional de lo que le estaba diciendo.

Cuando la tensión se suelta, suelen aflorar los contenidos emocionales que mantenía debajo del umbral de conciencia. Cuando se trata de asuntos de otras generaciones, a menudo hay que conocer contextos para entender las sensaciones y reconocer lo que señalan. Cuando se da en el blanco, el cuerpo responde. Si no son más que especulaciones que no vienen al caso, no pasa nada. De momento no sabemos qué pasó con eso del muslo, pero posiblemente una noticia, una película, una publicidad o una conversación que no se tiene más remedio que oír entre las personas sentadas detrás en el autobús resuena con lo que pasó y suscita una respuesta en el cuerpo que aporta algún detalle que revela parte de la historia. O quizás en una futura sesión aparezca más información. En este caso fue así. Poco a poco se están esclareciendo una serie de cosas que antes estaban aglomeradas como en una gran nube difusa, abrumadora, que pesaba sobre su vida, a días más a días menos, que siempre estaba allí. No ha sido posible, de momento, reconocer qué es exactamente lo abrumador. Pero va apareciendo información que permite una comprensión más detallada de la historia de su familia. Además, se están observando una serie de cambios corporales: el espacio en el interior de su cuerpo está más abierto y la persona se mueve con más libertad. Unos síntomas en su piel están amainando. La apertura interior se refleja en su cara y está más guapa.  

Los traumas y las culpas que mantenemos debajo del umbral de conciencia nos persiguen desde el inconsciente, crean enfermedad, malas relaciones, fracasos y bancarrotas. Al llevarlos a la luz de la conciencia descubrimos que dan menos miedo y duelen menos de lo que podíamos imaginar al ver la sombra que proyectan. Si aprendemos a reconocer las sensaciones que fluyen en el cuerpo en el momento presente, podemos identificar las sensaciones que pertenecen a las situaciones traumáticas del pasado sin dejarnos llevar por los mecanismos de defensa que creamos o heredamos. Podemos soltarlos y enfocar nuestra atención en lo que sea preciso en el momento presente para crear buenas relaciones y una vida satisfactoria.


Parte 1: 11 de septiembre 2018


Entender las dinámicas que tienen lugar cuando una experiencia nos traumatiza ayuda mucho a curar posibles heridas, a prevenir repeticiones y a evitar que las reacciones traumáticas se conviertan en patrones habituales.

Patrones habituales

Cuando nos habituamos a hacer las cosas de una manera determinada, se convierte en un patrón habitual, un mecanismo automático inconsciente. Esto tiene muchas ventajas. Por ejemplo, cuando se aprende a conducir, el movimiento de soltar el embrague a la vez que se aprieta el pedal del gas requiere mucha atención. Pero una vez que se ha aprendido, ya no hace falta pensar en cómo hacerlo. Se ha convertido en un patrón automático. La forma personal de cada uno de caminar y moverse, de entonar la voz al hablar, determinados giros idiomáticos, entre muchas otras cosas, se basan en patrones habituales que tienen lugar de forma automática y dejan la vía libre para poner la atención en otros aspectos de la acción. En los bailes de salón, por ejemplo, una vez internalizados los pasos básicos del baile, se ha creado un patrón habitual y podemos disfrutar de la libertad de improvisar y jugar con diferentes figuras, sin tener que prestar atención a seguir los pasos básicos que convierten un baile en un tango a diferencia de un vals o un foxtrot.

Ante situaciones de peligro, los seres vivos hemos desarrollado una serie de estrategias habituales para conservar la vida y nuestra integridad física y psíquica. Una vez que se ha activado una alerta, según la clase de peligro y el carácter individual de la persona, uno está preparado para huir, luchar o inmovilizarse. Esto sucede a gran velocidad más allá del control consciente. Cuando el peligro ha pasado, incluso si hemos salido ilesos, necesitamos un tiempo para calmarnos, reorientarnos y soltar las cargas energéticas y hormonales de la activación que nos permitió ponernos a salvo, lo cual puede conllevar temblores, llanto, imágenes de los sucesos, sacudidas, etc. Necesitamos tiempo para revisar lo que pasó para poder entenderlo, para darnos cuenta de  qué hicimos, de cómo nos afectó, qué implicaciones tiene lo que pasó y lo que hicimos para, finalmente, poder restaurar el equilibrio interno. Si sufrimos heridas, estos pasos pueden ser importantes también para acabar de curarlas.

Si no es posible huir, luchar o inmovilizarnos o ninguna de esas opciones es suficiente para evitar el impacto del peligro, como último recurso se pone en marcha un estado de flojera e insensibilidad. De este modo, tal vez, aún puede darse una oportunidad para escapar o, al menos, el dolor de tener que morir o vivir bajo condiciones traumáticas produce pocas sensaciones o sensaciones de poca intensidad.

Estrés postraumático

Si después de haber salido de una situación traumática no nos damos tiempo para dar los pasos necesarios para poder concluir la experiencia, restaurar el equilibrio interno y aprender de ella, las cargas energéticas y hormonales de la activación permanecen en el organismo. Entonces la experiencia refleja continuamente la sensación de que el impacto de algo grave está inminente. Según la clase de trauma que la persona ha sufrido, permanece en un estado de ansiedad permanente, preparada para luchar o huir, o colapsada en un estado depresivo de indefensión e impotencia.

Un trauma puntual, como por ejemplo un accidente, una pérdida, una agresión o ser testigo de un accidente o una agresión, es diferente de una experiencia severa prolongada en el tiempo como el abandono, el abuso, el acoso, la violencia doméstica, la guerra y el genocidio. Pero independientemente de la duración de la situación traumática, si no se restaura el equilibrio interno después, el estrés postraumático va debilitando el organismo. Aparte de generar una gran variedad de síntomas asociados a diferentes tipos de enfermedades, esta clase de estrés lleva también a una tendencia a crear, de forma inconsciente, situaciones que repiten las dinámicas de la situación traumática inicial. Y se transmite de generación en generación.

Traumas multigeneracionales

Hay estudios que demuestran que el estrés postraumático se transmite incluso por vía genética a través de la línea masculina. [por ejemplo: Rodgers, 2015]  Hay datos que sugieren que, en los hombres que aprenden de una situación traumática a procesar lo que pasó, lo que sintieron e hicieron, a reconocer situaciones propensas a llevar a una repetición del trauma y a encontrar formas de responder a ellas que pueden favorecer el desarrollo de conductas que mejoran la relación con el entorno, los efectos positivos de este aprendizaje afectan al ADN y se transmiten a las generaciones posteriores. Pero también se transmiten los efectos nocivos que llevan a una ciega repetición de las reacciones habituales que mantienen la impronta del trauma viva en un círculo vicioso de trauma, estrés postraumático y retraumatización.

Más allá de la vía genética, un factor muy importante en la transmisión del estrés postraumático de generación en generación radica en el desarrollo durante los años iniciales de la vida. El sistema nervioso se organiza en la interacción con el entorno. Durante el primer año de vida principalmente se desarrollan el hemisferio derecho del cerebro y sus funciones de organizar la percepción sensorial. Las sensaciones que transcurren en el cuerpo tienen que ver con los procesos internos, tales como la digestión, la respiración, la circulación, etc., y con la relación con el entorno. El sistema nervioso trabaja a pleno rendimiento para organizar el flujo de toda esa información sensorial, estableciendo, fortaleciendo, debilitando o interrumpiendo conexiones, en función de la frecuencia con la que se usan o no usan. Las sensaciones que tienen cierta similitud entre sí se agrupan en categorías dentro de las grandes categorías de «agradable, desagradable y neutro». Más tarde, cuando aprendemos a hablar, les asociamos significados que normalmente permanecen por debajo del umbral de la conciencia, pero intervienen en la toma de decisiones y la organización de comportamientos posteriores. Empezamos a aprender conductas propensas a producirnos sensaciones agradables y a evitar las desagradables. A las sensaciones neutras no prestamos mucha atención. Así empezamos a establecer nuestros patrones habituales.

Desde el primer día, la criatura se sintoniza con su entorno como emisor y receptor de una multitud de señales sutiles y no tan sutiles. La madre  sabe lo que su hijo o hija necesita porque recibe las señales emitidas por la criatura; y la criatura se calma o se agita en función de las señales que recibe del estado emocional de la madre. Esta sintonía no se limita solamente a la relación entre madre e hijo o hija. Toda clase de señales provenientes del entorno nos llegan y nos afectan continuamente. Un ejemplo que probablemente todo el mundo puede reconocer es estar al lado de una persona enfadada. No hace falta un nivel de sensibilidad muy elevado para notar el estado emocional de esa persona en el propio cuerpo. Así puede pasar que, de repente, uno se siente enfadado e irritado sin realmente saber por qué. La tendencia a acompasarse al entorno perdura toda la vida, aunque la mayor parte del tiempo el intercambio entre el individuo y el entorno permanece por debajo del umbral de la conciencia.  En mayor o menor grado, todo el mundo intenta insensibilizarse hacia el impacto de según qué vibraciones y otras clases de información que nos resultan indeseables. Pero, por más que nos esforcemos por protegernos contra ellas, nuestro sistema las registra y entra en reacción a ellas, desarrollando conductas reactivas y/o síntomas que pueden convertirse en enfermedades.

Imaginaos una criatura de pocos meses en los brazos de sus cuidadores. La sensibilidad de esa personita tan joven es enorme, pero no dispone aún de estructuras que le permitirían distinguir entre sensaciones propias y sensaciones que adopta de las personas con las que está en contacto. Está inmersa en su entorno y se sintoniza con la tonalidad emocional que lo domina. Todo lo siente en su cuerpo… incluso todo aquello que sus cuidadores se esfuerzan por no sentir, sin posibilidad alguna de metabolizarlo.

Terror, asco, indefensión e impotencia

Una madre habló nunca de lo que sintió, vio y olió durante la noche de bombardeo que destruyó barrios enteros de su ciudad y los días y semanas posteriores. Utilizó una gran parte de su energía para hacer el interior de su cuerpo lo más estrecho que podía, para no dar espacio a las sensaciones que allí se alojaban. De este modo no pudo metabolizar nunca la experiencia de aquella noche y de aquellas semanas. La madre necesitaba calmantes prácticamente toda su vida adulta. Su salud era inestable y murió prematuramente. Su hijo adoptó el mismo patrón que la madre, reduciendo el espacio de su cuerpo para no sentir algo que no lograba reconocer, ni con años de psicoterapia y trabajo con el cuerpo, más allá de constatar que le aterraba, le producía asco y le hundía en una especie de lodazal de indefensión e impotencia. El hijo se drogaba hasta que se dio cuenta de que iba a morir de una sobredosis o desarrollar una enfermedad grave, si no hacía nada para liberarse de la influencia de algo que le afectaba como un campo de fuerza.

En retrospectiva la correlación entre las experiencias de la madre y los síntomas y las conductas autodestructivas del hijo puede parecer evidente. Pero desde el momento en el que empezó a buscar ayuda hasta poder dirigir su mirada hacia las circunstancias traumáticas de su familia pasaron muchos años. Había una especie de muro que le impedía mirar en esa dirección, casi como una prohibición tácita. Simplemente no se le ocurrió.

Su salud mejoró mucho durante los años que dedicó al trabajo de explorar las formas en las que había organizado su experiencia en su cuerpo. Su sensibilidad se refinó. Los patrones autodestructivos perdieron el dominio sobre su vida. Pero los síntomas más persistentes se aliviaron solo cuando empezó a atar cabos y reconocer las raíces de sus propias sensaciones en la guerra y la dictadura que había determinado las vidas de sus padres y sus abuelos. Lecturas, películas y documentales le ayudaron a imaginarse lo que su madre podía haber sentido, visto y olido durante la noche del bombardeo y las semanas posteriores. El contexto colectivo multigeneracional le ayudó a entender los aspectos de sus propios comportamientos y sentimientos más difíciles de tolerar que había intentado anestesiar a través de las drogas.

Era importante para él reconocer que no solo es víctima de las circunstancias sino que también es agente. Lo que hace y deja de hacer cuenta, no solo en su propia vida sino también en la vida colectiva. Hay cosas que están fuera de su alcance, pero otras sí puede cambiar. Y si quiere que cambien, tiene que remangarse y poner manos a la obra. Si no lo hace, tienden a contribuir a crear situaciones propensas a repetir el trauma.

Vergüenza

Un abuelo que trabajaba en una fábrica de armas no hablaba nunca de ello. Estaba casado y tenía un hijo. En el lugar donde vivía había pocas alternativas de ganar el sustento de su familia. No tenía ni casa ni huerto en propiedad, como un compañero que dejó el trabajo porque no soportaba el conflicto interno que suponía ganarse la vida fabricando medios para destruir la vida de sus coetáneos. Eran pobres, pero al menos no tenían que pagar alquiler, podían cultivar el huerto y tener gallinas, conejos, un par de cerdos y una vaca para vivir. Este señor sí habló de lo traumático que había sido para él trabajar en esas circunstancias. Pudo metabolizar su experiencia y conservó su salud hasta una edad muy avanzada. Fue uno de los últimos que pudieron dejar aquel trabajo porque al cabo de poco quien se negaba a trabajar en la fábrica de armamento tenía que afrontar un consejo de guerra y se le ejecutaba como traidor de la patria. Por tanto, forzosamente el abuelo tuvo que ganar el dinero para mantener su familia con la fabricación de armas, y su alma no lo toleró. Incluso años después de la guerra, cuando la fábrica ya no existía, intentaba aliviar su malestar con sexo y juegos de azar y con compras a crédito de artículos de lujo, generando una deuda que dejó en herencia a su hijo. Periódicamente se hundía en la oscuridad de la depresión y solo quería morir de vergüenza e impotencia.

A la nieta nadie le había hablado de todo eso, pero ella seguía a su abuelo con un patrón bipolar, una conducta promiscua, un trabajo que contribuía a la contaminación de la naturaleza y la desigualdad social, y abuso de drogas, hasta que se dio cuenta de que tenía que cambiar algunas cosas en su vida, si quería que fuera satisfactoria. Poco a poco logró cambiar un tema tras otro, pero tenía un nudo en el estómago que no se movió durante muchos años. El nudo se abrió cuando descubrió que su abuelo había trabajado en aquella fábrica. Había fotos que mostraban que, igual que ella, había tenido un nudo en el estómago. Es altamente probable que lo usara para apartar lo que sentía de su conciencia.

Al abrir su propio nudo, entre muchas otras cosas, la nieta empezó a sentir que los lazos de vergüenza y de obligaciones que no podía cumplir, que la habían atado durante tantos años de su vida, se convirtieron en lazos de amor que la conectaban con su familia incluso más allá de la muerte. Entonces, al imaginarse lo que su abuelo pudo haber sentido trabajando en aquel sitio, se dio cuenta de que se parecía mucho a unas sensaciones horribles contra las cuales había luchado toda la vida, en vano, porque en momentos bajos siempre irrumpían. En el trasfondo de su sentir habían estado presentes en todo momento. Las sensaciones eran malas y, al transcurrir en su cuerpo, había llegado a creer que reflejaban como era ella en el fondo. Se había esforzado mucho por ser buena, pero no lo lograba nunca. Siempre había una sensación subyacente de que no era lo suficientemente buena, que era insuficiente y hasta mala. Cuando entendió las malas sensaciones en el contexto en el que se generaron, perdieron su fuerza. Cuando el mensaje ha sido recibido y atendido, el mensajero puede descansar.

Queda el patrón que la nieta creó para protegerse contra las malas sensaciones y, a veces, bajo determinadas circunstancias, aparece el nudo en el estómago. Pero nunca más tuvo el poder de dominar sus comportamientos y sentimientos. Se ha convertido en una especie de centinela que avisa cuando es necesario que la persona adulta preste atención para no caer en el círculo vicioso del trauma y para llevar el aprendizaje a un nivel más elevado de la espiral.

Culpa inconsciente

Un padre tuvo una posición de mando en un régimen dictatorial; dio la orden de ejecución de varias personas y destruyó numerosas familias por estar en desacuerdo con el régimen. Estaba convencido de que su actuación era legítima y que cumplía los requisitos de su posición. Su presencia física estaba marcada por una actitud de vigilancia perpetua hacia un entorno hostil. Su hija era la luz de sus ojos. Ella se esforzaba mucho para complacer a su papá, pero a pesar de todos sus esfuerzos, siempre sentía que no era suficiente. El amor del padre por su hija no llenaba su corazón ni llegaba al corazón de ella. Tampoco sentía culpa por la destrucción de tantas vidas.

En total sentía poco. Sentirse le resultaba intolerable. Por esto, todo aquello que no toleraba sentir en su interior, lo veía en los otros. Su culpa lo separaba de su luz interna. Cuando se pone una cosa delante de una luz, la luz proyecta una sombra que permite ver los contornos de la cosa con más o menos precisión, más o menos distorsionados. La sombra cae sobre el entorno inmediato y, según como, puede adquirir dimensiones enormes. El padre hacía esfuerzos cada vez más costosos para protegerse contra la amenaza que veía proveniente de los demás. Cuánto más se esforzaba, tanto más crecía la sombra de su culpa, con lo cual la amenaza era cada vez mayor y necesitaba más y más defensas.

Cuando murió, atrapado en una red de intrigas y mentiras, durante un momento, quizás, pudo ver su culpa; pero ya era tarde. Ya no había nada que pudiera hacer. A estas alturas, ya hacía mucho que su hija, la luz de sus ojos, se había convertido en portadora de la culpa que él no afrontó. Continua creando una red de intrigas y mentiras para perseguir las personas sobre las cuales proyecta lo que ahora es la sombra de su propia culpa, igual que lo había hecho su padre. Si no se da cuenta a tiempo y no cambia de rumbo, morirá igual que él, percatándose tan solo en el lecho de muerte de que la culpa de sus actos y de los de su padre queda como herencia para sus hijos, una herencia que no pueden rechazar.

El estrés postraumático más difícil de reconocer y resolver probablemente es el causado por una culpa inconsciente. La culpa inconsciente es absolutamente diferente de un sentimiento neurótico de culpabilidad. La persona que tiene una culpa inconsciente no se siente culpable. No tiene sentimientos de culpabilidad ni difusos ni claros. Se siente con todo el derecho del mundo y se ofende por cualquier sugerencia de que podría ser culpable de algo. Se siente amenazada, no porque teme ser descubierta, sino porque, según él o ella, los otros, sobre los que proyecta su culpa, son culpables de amenazarla.

Evidentemente, los hijos y nietos no tenemos la culpa de lo que hicieron, o no hicieron, nuestros padres y abuelos. Pero si una culpa no es reconocida, crece, aunque la persona que la adquirió con sus actos muere. Aunque los actos hayan sido cometidos en cumplimiento de una legislación vigente, si infringen los derechos básicos de los seres vivos, crean una culpa. Para que una culpa pueda desaparecer, debe ser reconocida y hay que emprender pasos para reparar los daños ocasionados en la medida de lo posible. Como mínimo hay que mirar en esa dirección con la intención de entender lo que pasó y evitar hacer más daño.

Por esto, la ley de amnistía que entró en vigor en octubre 1977 en España, por ejemplo, al contrario de su (supuesta) intención, constituye una amenaza para la salud pública. Se aprobó con una amplia mayoría porque, como es comprensible, mucha gente quiso ir hacia delante y dejar el pasado atrás. La existencia del trastorno que ahora se denomina estrés postraumático justo se había acabado de reconocer en Estados Unidos debido a las dificultades que presentaron muchos de los veteranos de la guerra de Vietnam. La ley de amnistía del 1977 permitió que se archivaran un gran número de crímenes contra la humanidad, sin ni siquiera aclarar los hechos. No solo para que realmente pudiera haber una amnistía tendrían que haberse llevado a cabo investigaciones, sino también para que víctimas, perpetradores y testigos puedan metabolizar el estrés postraumático causado por la violencia de esos hechos y restaurar el equilibrio interno individual y colectivo.

Los tribunales de paz y reconciliación que tuvieron lugar en Sudáfrica en los años 90 crearon oportunidades para afrontar los traumas causados por el régimen del apartheid y, aunque no hubo castigos, contribuyeron a restaurar el equilibrio interno colectivo e individual, - tal vez no en la medida que se había esperado [Kimbles 2000]-, pero sí a muchos niveles. No hay ninguna ley que pueda hacer desaparecer una culpa, ni si los hechos se cometieron bajo su amparo, ni si ordena obviarlo. El organismo y la psique de las personas culpables la pondrán de manifiesto. Y si logran obviar su culpa ante el mundo entero, inclusive ellos mismos, alguno de sus seres queridos, generalmente alguien más débil, ya sea su pareja, un hijo, nieto o bisnieto se acompasará con las formas ocultas de la culpa. O bien la repite para hacerla visible directamente o manifiesta síntomas que señalan hacia la culpa original.

El alarmante resurgimiento de las fuerzas de la extrema derecha en tantos países del mundo, sin duda, se debe a las dificultades inherentes en reconocer el estrés postraumático, propio y heredado, en gestionarlo y en restaurar el equilibrio interior. La violencia de las guerras y de los regímenes dictatoriales es tan extrema que para la mayoría de personas parece continuar siendo una cuestión de supervivencia destinar todas sus energías a ir hacia delante e intentar dejar el horror atrás. Demasiadas personas sienten la necesidad de perpetuar la violencia con la intención de imponerse a los otros que consideran sus enemigos, porque no saben que todas las partes del mundo están interrelacionadas, interdependientes e iguales a todas las escalas de magnitud. Para muchos, hacer el trabajo interior necesario para restaurar el equilibrio interior es intolerable o, al menos de entrada, impensable, porque están atrapados en el círculo vicioso del trauma sin darse cuenta de ello.

Restaurar el equilibrio interior

Para restaurar el equilibrio en la propia vida y poder contribuir a una convivencia en paz de todo el mundo, los que podemos, deberíamos hacer el trabajo necesario para reconocer los rastros del trauma de nuestros padres y abuelos en el propio cuerpo, en el propio comportamiento y en la vida pública. Solo así tendremos la libertad de emplear nuestra energía como conviene sin hacer daño a nadie. El círculo vicioso del trauma puede convertirse en una espiral de aprendizaje, cuando sentimos el mal que determinadas conductas hacen a nosotros mismos y a otros, por más habituales que sean. Recuperar esta sensibilidad es un trabajo que no es fácil, pero si no lo hacemos, nos perdemos la oportunidad de gozar de la experiencia de participar plenamente en el conjunto de procesos creativos de la vida.

Habría que destinar fondos a la investigación para poder desarrollar programas de atención adecuada en la educación y la atención sanitaria. Para poder acceder a una posición de liderazgo debería ser un requisito indispensable conocer las estructuras de la propia mente y del propio cuerpo y su relación con el entorno natural y social. Esto implica también tener conciencia de los rastros del estrés postraumático causado por las guerras y dictaduras de los últimos siglos y haber aprendido a gestionarlos para restaurar el equilibrio interior.

Necesitamos un tiempo para calmar la agitación interna causada por el trauma, para orientarnos y aprender a distinguir qué es nuestro y qué pertenece a la experiencia de nuestros predecesores. Soltar las cargas energéticas y hormonales de la activación retenidas en el cuerpo puede conllevar temblores, llanto, imágenes de los sucesos, sacudidas, etc. Será necesario procurar un espacio seguro para poder tolerar estas manifestaciones sin sentirse abrumado ni dejarse arrastrar por ellas, para poder observarlas y comprenderlas con la perspectiva del contexto en el que tuvieron su origen en las generaciones anteriores. Necesitamos tiempo para revisar los sucesos para entender qué pasó, qué hicieron nuestros antepasados, cómo les afectó, qué implicaciones tiene los que pasó y lo que hicieron y cómo nos afectó a nosotros. Todo esto forma parte del proceso de restaurar el equilibrio interior.

Una herramienta de gran utilidad en este proceso, al alcance de todo el mundo en todo momento, es la conciencia del cuerpo y de los movimientos respiratorios. Por un lado, el movimiento de la espiración puede ayudar a orientar la atención hacia dentro y hacia el suelo. De este modo fomenta la percepción de la relación entre el espacio alrededor del eje central del cuerpo, lo más hondo de lo que somos como ser vivo, y el suelo, nuestra base de apoyo en el mundo natural al cual pertenecemos. Cuando la inspiración se inicia en ese lugar profundo, mientras percibimos esa relación entre cuerpo y suelo, podemos observar también cómo los espacios en el interior del cuerpo se expanden a medida que se llenan con el aire del espacio exterior de donde proviene. Así experimentamos que no hay fisuras en la conexión entre el cuerpo y su entorno, entre nosotros y el mundo en el que vivimos.

Es cuestión de practicar dejar los movimientos suceder sin empeñarse en imponerlos y sin caer en el hábito de respirar el mínimo imprescindible para sobrevivir por no atrevernos a encontrarnos con los contenidos difíciles que los patrones de tensión habitual procuran mantener por debajo del umbral de la conciencia; porque esos contenidos emocionales aflorarán al soltar la tensión y respirar más holgadamente. Entonces, podemos dejar la carga emocional fluir hacia el suelo y dejar que sostenga todo aquello que nos pesa, a la vez que dejamos el sobrante de intensidad emocional salir junto con el aire que espiramos. Así Madre Tierra, Padre Cielo y el colectivo de todas las formas de vida pueden ayudarnos a arreglárnoslas con lo que supera nuestras fuerzas y nuestro ámbito de competencia. Después, la inspiración aporta energía, novedad y expansión al sistema.

Así, respiración a respiración estamos presentes y en relación con nuestro entorno, tanto en lo material como en la potencialidad del espacio abierto. Así podemos elegir el rumbo de nuestra actuación y mantener el timón en la dirección escogida, a la vez que aprendemos de la propia experiencia, de nuestros coetáneos y de los que vinieron antes que nosotros. Y podemos ayudarnos a nosotros mismos y unos a otros a distinguir las malas sensaciones que nos mantienen atrapados en el círculo vicioso del trauma multigeneracional de lo que es real ahora.

Rituales y celebraciones colectivos

Aparte del trabajo personal de cada uno, los rituales y las celebraciones de grandes colectivos humanos pueden constituir una aportación importante a la capacidad de gestionar los traumas causados por guerras, regímenes totalitarios, ataques terroristas y catástrofes naturales tanto para los ciudadanos individuales como para las sociedades de los diferentes países y para la humanidad en conjunto.

La diada catalana del once de septiembre es un excelente ejemplo de una celebración conmemorativa que ayuda a la población del país a superar el trauma del asedio y del genocidio asociado a esta fecha. Con la participación de cada vez más y más personas en el acto principal del día que empieza a las 17.14h, se respira un ambiente festivo, de pacífica reivindicación, con clamores de libertad e independencia, cánticos, flautas y tambores, torres humanas y diferentes configuraciones y recorridos cada año. Este año, el 2018, se congregaron más de un millón y medio de personas. La conducta de los participantes manifiesta una sensación de unión y muestra una sociedad cada vez más cohesionada y madura. Si la monarquía española aprovechara la oportunidad de reconocer sus culpas de los tiempos presentes y de los siglos pasados, de pedir perdón y emprender pasos para reparar los daños, en vez de insistir en su actitud de superioridad moral  y en sus intentos de imponer, a todo coste, lo que considera su derecho, ganado a mano armada, seguramente se abrirían vías para encontrar soluciones para muchos de los problemas que azotan la sociedad española, más allá de la cuestión catalana, y el círculo vicioso del trauma podría convertirse en una espiral de aprendizaje.


Parte 2: 1 de octubre


Mientras el trauma nos deja mudos, el camino de salida está pavimentado con palabras, recopiladas cuidadosamente, pieza por pieza, hasta que la historia entera puede ser revelada. [van der Kolk, 2014]

Las palabras que revelan la verdad pueden curar

Las palabras pueden curar, pero también pueden herir. Las palabras pueden revelar la verdad y también pueden ocultarla. Solo las palabras que revelan la verdad tienen el poder de curar el trauma y de restablecer la vinculación con uno mismo y con los demás que quedó interrumpida por las reacciones de defensa frente al trauma. La falsedad crea separación. Quien esconde la verdad no puede tener relaciones humanas significativas más allá de la falsedad.

Se separa de los demás y se queda sola no solamente la persona que oculta la verdad de forma intencionada para obtener ventajas a través de la mentira, sino también la que lo hace sin darse cuenta de ello, porque en un momento dado de su vida la realidad de algo fue intolerable y su sistema lo ocultó de forma automática tras muros de tensión para poder mantener su integridad física y psíquica y para poder sobrevivir. Estas personas pierden el contacto consigo mismas, atrapadas en la reacción de defensa frente al impacto traumático, separadas de su entorno, hasta que restauren el equilibro interior reconociendo la verdad de lo que pasó, de lo que hizo o no hizo, y, si hace falta, haga pasos o permita movimientos que puedan llevar el trauma a una resolución.

Sin este equilibrio nos acostumbramos a una vida en la superficie, sin profundidad. Parece como si lo que vemos y sentimos a través del filtro de la reacción de defensa al trauma fuera la realidad. Intentamos compensar la insatisfacción constante causada por la ausencia de relaciones humanas significativas de diversas maneras, en la mayoría de casos adicciones de algún tipo u otro, a sustancias como drogas legales e ilegales, medicamentos, alcohol, tabaco, comida, azúcar y las hormonas del estrés adrenalina y cortisol, etc., o a procesos o actividades como por ejemplo el trabajo, el sexo, los deportes, el control, las compras, el poder, ver la tele, etc. No queremos sentir, porque nos aterran las sensaciones relacionadas con el vacío interior, la carencia de vinculación profunda y las imágenes y los recuerdos de experiencias que no logramos recordar ni olvidar, que afloran cuando nos relajamos. También la violencia es una reacción al trauma y expresa impotencia e incapacidad para establecer vínculos significativos con uno mismo y con el entorno.

Las sensaciones relacionadas con la experiencia traumática quedan aisladas, comprimidas en un espacio reducido en el cuerpo que mantenemos fuera de nuestra experiencia consciente con la tensión de nuestros músculos. La tensión se configura como un patrón de tensión habitual y se convierte en un mecanismo automático, inconsciente. Así podemos seguir adelante e incluso  desarrollar una vida que parece exitosa, aunque por dentro siempre domina la sensación de que no es suficiente. Por más riqueza y éxitos que acumulemos, siempre hay algo que falta. Lo que falta es la satisfacción de la vinculación profunda con la vida.

Una persona traumatizada es altamente sensible frente a estímulos que aparentemente pueden parecer inocuos e insignificantes. Un olor, una mirada, un gesto, una palabra puede activar las defensas que le han permitido sobrevivir la experiencia traumática. Entonces los mecanismos automáticos del patrón de defensa toman posesión de la persona. Las sensaciones rebasan el espacio reducido donde las guardaba alejadas de la experiencia consciente y la inundan; pierde el control no solo de lo que hace sino también de lo que piensa, ve y siente. Pierde de vista la realidad del momento presente y el contacto con el entorno que había logrado construir en la superficie, por encima de la carencia de vinculación profunda. La dinámica que se activa transporta a esta persona a la situación que la traumatizó, justo un momento antes del impacto de lo peor del trauma.

Encontrar las palabras idóneas

Todo el sistema de la persona traumatizada está orientado hacia la acción, incluso en épocas de calma. Aunque está altamente sensible, su percepción sensorial es poco desarrollada, limitada principalmente a la distinción entre bueno y malo, agradable desagradable, deseable indeseable. Las funciones de diferenciación y discernimiento permanecen en este nivel primitivo que activa los mecanismos automáticos de defensa frente a estímulos indeseables y les impide el acceso a las funciones más evolucionadas de análisis y comprensión racional. De este modo no es posible metabolizar la experiencia traumática para restaurar el equilibrio interior y la persona permanece atrapada en el círculo vicioso del trauma.

Para poder salir de ahí, antes que nada, es imprescindible desarrollar las capacidades de percepción sensorial. La información que entra al organismo por los diferentes canales sensoriales es enormemente diversa y compleja. Es imposible tomar nota de todo. Y tampoco es necesario. Una pequeña región situada en un lugar central en la base de nuestro cerebro hace una preselección de datos que en un momento dado tienen una relevancia mayor en nuestra vida; por ejemplo, si la pareja se ha fracturado un brazo, de repente vemos gente con un brazo escayolado en todas partes. Pero aparte de esta preselección de datos concretos, el conjunto de la información sensorial continuamente se va traduciendo a un lenguaje pictórico que suele aflorar por encima del umbral de la conciencia a través de sueños, fantasías y ensoñaciones. Las imágenes que aparecen expresan aspectos de la propia conciencia, del inconsciente personal o del inconsciente colectivo. Pueden ser traducidas literalmente para revelar información que señala en la dirección que necesita ser atendida. [Kaufman, 2009]

También las figuras generadas por la relación entre el cuerpo, el suelo y el espacio alrededor y las diferentes cualidades de los movimientos respiratorios abren un acceso al fondo de imágenes de ese lenguaje pictórico. En sí, estas relaciones y movimientos configuran imágenes. Con los referentes objetivos de las coordinadas del campo gravitatorio de la Tierra, la horizontal y la vertical, es posible ver, por ejemplo, si una persona aleja su corazón de lo que hay delante de ella, a la vez que tira la cabeza hacia delante, quizás avanza con los ojos hasta tal punto que casi se salen de sus órbitas. Esta persona se distancia emocionalmente de su entorno y se acerca a lo que ha dejado atrás (el pasado). Al mantener su cuerpo en esta forma pone un gran peso sobre su corazón que tiende a aplastarlo y a interferir con su libertad de movimiento. Con los ojos se esfuerza por alcanzar lo que ve delante de ella, aunque el segmento más grande de su cuerpo va en la dirección opuesta. La cabeza y el corazón están en conflicto y las tripas están en tensión. Lo que esta persona siente es muy diferente del que siente otra cuyo corazón está en línea con sus piernas, que pueden dar los pasos necesarios para llevarla a dónde quiere ir. Si el corazón y las piernas están en línea con la cabeza, la cabeza, el corazón y las vísceras van a la una. Entonces, los ojos pueden flotar en sus órbitas, recibir las imágenes de lo que la persona tiene delante e informar a los diferentes centros involucrados en la toma de decisiones, sin trabas en el flujo de información entre la gran central del sentir emocional, la gran central de procesamiento de los soportes vitales y la gran central de computación del conjunto.  Según la forma en la que la persona ocupa su espacio en relación con las coordenadas del campo gravitatorio, apenas tiene espacio para respirar el mínimo imprescindibles para sobrevivir, o puede respirar libremente para abastecerse tranquila y holgadamente de la abundancia de energía disponible en su entorno. La primera está constantemente cansada, se siente superada por los requerimientos de la vida e insatisfecha porque no puede cubrir sus necesidades, la segunda se relaciona con su entorno en todos los niveles, encuentra lo que necesita y disfruta de poder aportar al conjunto aquello que le proporciona una vida rica e interesante.

Cuando se aprende a observar los diferentes tipos de imágenes, revelan toda la información que necesita ser metabolizada para poder asimilar lo que tiene una utilidad para el sistema, para descartar lo que no la tiene o es nocivo, y para desarrollar una relación óptima con el entorno. El médico y psicólogo Peter A. Levine da el ejemplo de un par de cachorros de leopardo que se salvaron del ataque de una leona. Jugando van repitiendo lo que les permitió huir y salir ilesos del ataque durante días. Aparte de ensayar los movimientos y perfeccionarlos, durante sus juegos también eliminan de su sistema las hormonas de estrés y las cargas energéticas relacionadas con el susto y la huida. [Levine, 1999] De este modo, cuando sea necesario, tienen a su disposición el recurso que les salvó la vida en un momento dado. Pero en el día a día no domina su vida.

También el psiquiatra Bessel van der Kolk insiste en la importancia de integrar no solamente los recuerdos de la situación traumática sino también de reconocer los mecanismos de defensa que desarrollamos.

…una tarea central en la recuperación del trauma es el aprender a vivir con los recuerdos del pasado sin quedarse abrumado por ellos en el presente. Pero la mayoría de los supervivientes, incluyendo los que funcionan bien –y hasta de forma brillante- en algunos aspectos de su vida, se ven confrontados con otro desafío, incluso mayor, el de reconfigurar un sistema cerebral/mental que se había construido para vérselas con lo peor. Del mismo modo que tenemos que volver a visitar los recuerdos traumáticos para poder integrarlos, necesitamos volver a visitar las partes de nosotros mismos que desarrollaron los hábitos de defensa que nos ayudaron a sobrevivir. [van der Kolk, 2014]

Fechas señaladas

Los traumas colectivos como las causadas por catástrofes naturales, ataques terroristas, guerras y regímenes totalitarios afectan no solamente las personas individualmente sino también a la sociedad en conjunto. Las palabras que pueden curar las heridas pueden ser muy diferentes de persona en persona. Pero no hay nadie que no esté afectado y no tenga que metabolizar el impacto traumático de la experiencia de un modo u otro. Los actos colectivos pueden ofrecer una oportunidad de visitar los recuerdos traumáticos y las partes de cada uno que hayan desarrollado los hábitos de defensa que le ayudaron a sobrevivir. Esta clase de actos cumplen una función importante en la restauración del equilibrio interno no solo de las víctimas, los perpetradores y los testigos individuales, sino también de la sociedad en su conjunto, creando bases para mejorar la convivencia de la población y fomentar la cohesión social.

La fecha del 1 de octubre del referéndum para la autodeterminación del pueblo catalán fue una elección excelente para crear una oportunidad de restaurar el equilibrio interno después de una experiencia traumática prolongada. Tal día como aquel, ochenta y un año antes, el comandante supremo de las fuerzas rebeldes contra el gobierno democrático de la república española se exaltó como “Jefe de Estado”, con la ayuda militar de los regímenes totalitarios de Alemania e Italia, pocos meses después de declarar el estado de guerra al fracasar el intento de golpe de estado dirigido por una junta militar. No podía haber mejor fecha para el ejercicio de los derecho democráticos garantizados por el estado de derecho que el 1 de octubre de 1936 fue derrocado de forma violenta.

El 1 de octubre de 2017 abrió un escenario en el que se ponen de manifiesto las diferencias en el grado de restauración del equilibrio interior de las sociedades catalana y española después del supuesto fin del régimen totalitario al morir el dictador y del establecimiento del orden constitucional de un estado de derecho, plagado de contradicciones.  También los actores internacionales se posicionaron y mostraron aspectos de la sombra de su conciencia que seguramente habrían preferido mantener ocultos.

La cualidad integradora de la cultura catalana la ha mantenido viva a pesar de los muchos intentos de “españolizarla”. Paso a paso, la sociedad catalana va haciendo el trabajo de restaurar su equilibrio interior.

En cambio, la culpa de la monarquía española acumulada a lo largo de siglos, renovada e incrementada por los años del régimen franquista, por la violencia policial del día 1 de octubre, por las posteriores declaraciones del rey el día 3 de octubre de 2017 y por la persecución judicial del gobierno catalán y de los líderes sociales, continua traumatizando la sociedad española. El peso de la culpa la abruma. Aturde a quienes la ven pero se sienten impotentes frente a la violencia de quienes quieren ocultarla.

En vez de cumplir con su función de ordenar la vida pública para el bien común, los poderes del estado español continúan utilizando su posición para intentar obtener y salvaguardar privilegios a costa de la población general, tal como lo vienen haciendo desde hace siglos. En vez de escuchar a la voz del pueblo, activan sus defensas con violencia policial y judicial, incitando a las masas españolas a la violencia con falsedades en los medios de comunicación, con trampas y engaños y con provocaciones para suscitar una reacción violenta de la población catalana. Mientras hablaba de la manifestación delante del parlamento de Catalunya el 1 de octubre 2018, la tele española Antena 3 mostró imágenes de una manifestación violenta en la entrada al parlamento de Ucrania. Lo que dijo no tuvo nada que ver con los sucesos que realmente tuvieron lugar en Cataluña.

Si la sociedad española tuviera información verídica, estaría perfectamente preparada para emprender el trabajo de restaurar su equilibrio interior. Reconocer la parte proporcional de la culpa colectiva, ciertamente, no es de lo más agradable, pero es muy liberador. Desde la sombra del inconsciente amenaza con dimensiones aterradoras. En cambio, si se examina a la luz de la conciencia revela causas, condiciones, efectos, que permiten entender a nuestros predecesores, a nosotros mismos y a nuestros coetáneos, aprender de los errores para no volver repetirlos, y reparar los daños causados en la medida de lo posible.

Esto sí, los que tienen la culpa de actos cometidos por ellos mismos deben afrontar las consecuencias de lo que hicieron, aunque lo hayan hecho bajo la influencia inconsciente de un trauma heredado o una culpa heredada. Cuanto más una persona intente negar su culpa, tarde o temprano se manifiesta de un modo u otro. Quien no afronta su responsabilidad la deja con recargo para sus herederos. Acusar a alguien de un delito que no ha cometido para evadir la propia responsabilidad es delito. Cumplir el mandato político para el cual un gobernante fue elegido por el pueblo no es delito. ¡Impedir el cumplimiento de este mandato sí que lo es, sobre todo si se hace con violencia!

En algún momento, el gobierno alemán reconoció la culpa de haber entregado al President Companys a la policía española y de haber bombardeado a Guernica. Pero no recuerdo haber oído nunca que alguien haya reconocido la culpa de la ayuda alemana que fue instrumental para la exaltación del comandante supremo de las fuerzas rebeldes como “Jefe de Estado” el día 1 de octubre de 1936. Quien proporcionó esa ayuda eludió sus responsabilidades suicidándose, sus colaboradores fueron condenados por sus crímenes por tribunales internacionales. El reconocimiento de esta culpa ayudaría a reparar los daños causados y a identificar los seguidores y herederos de las fuerzas rebeldes contra el orden democrático que actualmente ocupan cargos de poder en la monarquía española para que afronten la culpa de la que son portadores.

Como alemana soy portadora de la parte proporcional de la culpa colectiva de todos los alemanes, aunque haya nacido diez años después de que aquel criminal se suicidara. Las cicatrices de los daños que causó son visibles en todas partes, igual que las de los daños causados por su compañero español, el comandante supremo de las fuerzas rebeldes exaltado como “Jefe de Estado”. Muchas heridas aun necesitan curas.

Un paso importante para procurarles los cuidados necesarios sería que los portadores de la culpa la reconozcan, aunque no la hayan incurrido personalmente y nada más la hayan heredado. Pero no es necesario esperar a que esas personas reúnan el valor y la integridad necesarios para hacerlo. Los testigos, las víctimas y sus herederos también están bajo los efectos del estrés postraumático y necesitan restaurar su equilibrio interior. A medida que nos proporcionemos las curas que nos ayuden a recuperarnos, paso a paso, podemos avanzar hacia una buena convivencia en paz y una sociedad cohesionada, donde también los herederos de los perpetradores pueden encontrar formas saludables de participar.


Parte 3: 12 de octubre

Who are the invaders
Quiénes son los invasores
[Wilson, 1984]

Los invasores

Tiene razón, pensé a finales del verano de1984, cuando leí en la publicación oficial de la Nación Mohicana, los Akwesasne Notes, lo que Darryl Wilson de la Nación de Pit River dijo de los invasores. Pensaba ¿qué nos pasa? ¿Qué nos impulsa a luchar unos contra otros, a sembrar destrucción, guerras y conflictos, asesinatos, violaciones, pillaje?

Empezando por explorar el continente que es mi propio cuerpo me convertí en estudiante de la interrelación entre el cuerpo, la mente, la psique y el entorno para entender cómo funcionamos los seres humanos. Lo que descubrí hasta la fecha de hoy, en 34 años de investigación personal y profesional que me convirtieron en practicante del Duggan/French Approach (DFA) de reconocimiento de patrones somáticos y en analista de patrones arquetípicos, corrobora por todos los lados que esta violencia no es expresión de la naturaleza humana en sí, sino que se debe al hecho de no conocerla y de estar en conflicto con ella. La violencia es un recurso a nuestro alcance que a corto plazo puede sacarnos de una situación peligrosa, pero sus costes son tan elevados que a la larga no sale a cuenta ni es productiva.

Si entendemos que la violencia surge de no conocer la naturaleza de lo que somos como seres vivos y de estar en conflicto con ella, podemos crear condiciones que nos ayudan a explorar nuestro ser interior y aprender a establecer relaciones pacíficas y generativas con nosotros mismos y con los demás. La vida ha evolucionado hasta el actual grado de complejidad y diversidad a base de afinidad i cooperación. Nosotros somos el resultado de este proceso, por tanto, son principios fundamentales inherentes a nuestra naturaleza. Una cultura que se rige por estos principios cumple unos requisitos básicos para crear una sociedad próspera y cohesionada.

La Hispanidad

España se enorgullece de haber descubierto aquel “nuevo mundo” en ultramar que llamamos América, y cada año, el 12 de octubre, lo celebra como fiesta nacional a bombo y platillo con desfiles militares y ostentosas exhibiciones de su armamento. El relato oficial del descubrimiento obvia el hecho de que aquellas tierras ya habían sido descubiertas por otra gente que vivía allí desde hacía miles de años y había desarrollado sus propias civilizaciones. Viste de proeza heroica lo que fue invasión y colonización a base de una violencia cruenta y sostenida, culpa que España comparte con otros países europeos. A lo largo de los siglos hasta la actualidad, el estado español oculta a su población lo que las guerras y los genocidios perpetrados para expandir sus territorios realmente costaron. Por ahora, la mayoría de representantes del estado y una gran parte de la población se niegan a reconocer los resultados que produjeron. Es muy probable que realmente no tengan conciencia de ello. 

El 12 de octubre de 2018 oí a una señora española de cierta edad intentar decir qué significaba para ella la celebración del día de la Hispanidad. Estaba tan emocionada que apenas le salían las palabras. Era emoción auténtica por el significado de ese día. No era miedo escénico, estaba encantada de poder hablar de ello en la tele. Dijo que lo que sentía era tan grande y tan emocionante que la nutría por todo un año, un orgullo tan grande de… no pudo continuar porque la intensidad de su emoción le impidió encontrar palabras para describir de qué se sentía orgullosa. Un síntoma típico de trauma es no poder hablar de ello. Un orgullo tan grande que no se puede expresar con palabras suele ser el aspecto tolerable de la cara intolerable de la emoción: la vergüenza. El orgullo y la vergüenza son los dos extremos de una misma emoción relacionada con la valoración de la propia persona, de los grupos humanos con los que uno se identifica y de sus actos. Una saludable autoestima vendría a ser el punto de equilibrio al medio entre los dos polos.

El mito del origen de España se sitúa en el matrimonio entre los que fueron denominados los Reyes Católicos de las Españas, aunque al morir Isabel, Fernando dejó de ser rey de Castilla. Es decir, un reino unido realmente no existió. El nombre de España es la castellanización del nombre latino Hispania que designaba la unidad geográfica de la península ibérica. Isabel y Fernando ciertamente aspiraban a expandir sus reinos para incluir toda la península y más, logrando sus objetivos en la mayoría de casos en base a la violencia organizada, como la conquista del reino de Granada y del reino de Navarra, de las Islas Canarias y de diversas zonas de África. También los matrimonios, aunque quedaran en el círculo limitado de familiares próximos, les servían para la finalidad de expandir sus ámbitos de influencia. Otro importante instrumento de su poder real fue la inquisición y la conversión forzosa de judíos y musulmanes o, alternativamente, su expulsión. La invasión de las tierras en ultramar proporcionó una gran parte de los medios para financiar todas esas guerras.

Evidentemente, España no tiene la exclusiva de la codicia y las atrocidades. Pero el hecho de celebrarlo como expresión de la grandiosidad del país, en vez de reconocer los crímenes que se cometieron, asumir la culpa y, en la medida de lo posible, reparar los daños, asegura la reiteración ad infinitum de la bancarrota moral y económica que el estado español sufre en los últimos quinientos años y graba las huellas del estrés postraumático cada vez un poco más profundamente en el inconsciente colectivo de los españoles.

Funciones arquetípicas

Las funciones arquetípicas son equiparables a una especie de campo de fuerza que organiza un flujo de energía entre dos polos, como en una pila. Para alimentar un aparato, las pilas deben introducirse con la orientación correcta. Si se colocan al revés, el aparato no funciona e incluso puede estropearse. También para funcionar bien en el campo gravitatorio de la Tierra conviene tocar de pies al suelo para tener unos buenos fundamentos y encontrar un buen equilibrio y una buena orientación de las estructuras corporales en relación con este campo. Lo mismo es cierto de las funciones pertinentes a la profesión de una persona, a su posición en la sociedad o a las diversas instituciones de la vida pública.

La función arquetípica del estado es la administración de la vida pública para el bien de toda la población. Utilizar las instituciones del estado para acumular bienes, poder y privilegios a costa de la población es como caminar con las manos, mientras los pies se extienden hacia el cielo. Durante un tiempo puede parecer una gesta espectacular que embriaga a los que demuestran así su poder ante la gente impresionable, pero los costes de mantenerse en esta posición son muy elevados, lo que se puede hacer es muy limitado y tarde o temprano las fuerzas van a desfallecer y los recursos disponibles se gastan.

La función de la religión es la de facilitar vías para conectar con la fuerza creadora de la vida. El abuso de esta función para la gratificación personal y para el apoyo de estructuras insostenibles de poder estatal a costa de la población deja a esta sin refugio ante un ejercicio de poder que, en vez de facilitar la convivencia y cohesión social, las socava y aleja a las personas de la fuerza creadora de su vida.

Ante un peligro un niño instintivamente busca refugio con los padres que después de engendrar, gestar y darlo a luz, tienen la función arquetípica de amar, proteger, alimentar, vestir, educar y prepararlo para la vida adulta. Si los padres abusan estas funciones para gratificar sus propios deseos o para someterse a unas estructuras abusivas de poder estatales o eclesiásticas, el peligro son ellos o se transmite a través de ellos. De este modo se rompen los tejidos psíquicos e interpersonales en los que se basa la convivencia y la calidad de vida individual y colectiva; y el desarrollo de la humanidad en general se atasca en un círculo vicioso de relaciones destructivas.

Complejos autónomos de la psique

No sabemos cómo usar lo que somos porque aún no lo hemos aprendido. Somos seres complejos y no es fácil gestionar el amplio abanico de posibilidades de expresar lo que somos. Quizás sea simplemente porque somos una especie relativamente joven y es ahora que empezamos a tener las capacidades necesarias para aprender a ir más allá del punto de vista antropocéntrico y egocéntrico que ha ido dominando la historia cultural de la edad moderna y contemporánea. De hecho, a escala histórica, los quinientos y pico de años que hace desde que Colon decidió llevarse seis “ejemplares” de la gente que encontró en las tierras que afirma haber descubierto para sus soberanos no es un tiempo muy largo. Ni siquiera se planteó que la gente que vivía en aquellas tierras evidentemente ya las había descubierto, porque no reconoció su estatus como seres humanos con los mismos derechos que él y sus soberanos. Puesto que no eran cristianos, decía la ley, no tenían derecho a poseer tierras y se les podía subyugar y utilizar para lo que fuera.

Básicamente esta actitud se reduce a una cuestión de territorialidad y jerarquía, de lograr una posición de dominio sobre los otros. Son funciones reguladas por las partes más antiguas del sistema nervioso que coordinan las funciones vitales: los ritmos cardíacos, la respiración, la digestión, sueño y vigilia y también la tonicidad de la musculatura, que da forma a nuestros patrones de tensión habitual, las conductas instintivas, rituales, territoriales y jerárquicas. Es una parte primitiva del sistema nervioso que se ha modificado poco desde su origen en tiempos prehistóricos. No sabe del paso del tiempo.

El patrón de tensión habitual nos hace hacer lo que hacemos  porque lo hacemos, porque siempre lo hemos hecho así y, en ese nivel, no sabemos que podríamos no hacerlo o hacerlo de un modo distinto. Hacerlo en la manera a la que nos hemos habituado nos ha servido para sobrevivir; es evidente porque aquí estamos, vivos, y empezamos a hacerlo de ese modo ante algún estímulo que parecía amenazar nuestra supervivencia. Puede haber sido algo tan simple como, por ejemplo, no sentirse merecedor de ser amado, debido a las malas sensaciones que transcurren en el cuerpo, por más que nos esforcemos para no darles espacio y ser buenos. Si somos tan malos como la mala sensación en el cuerpo parece denotar, no querrán amarnos, cuidarnos y protegernos y, como niños pequeños, no podemos valernos a solas, es decir, moriríamos. Pero podría ser, por ejemplo, que la mala sensación en el cuerpo realmente provenga de un trauma que nuestro abuelo sufrió en la guerra, que nuestra madre hiciera todo lo que pudo para sobreponerse a las sensaciones que llegaron a su propio cuerpo a través del contacto y la interacción con su papá y que lo haya transmitido a nosotros por la misma vía.

Cuando usamos la tensión física de nuestros músculos para parar el flujo de sensaciones que nos parecen indeseables y esta tensión se vuelve habitual, las sensaciones indeseables permanecen en el cuerpo, por debajo del umbral de la conciencia como una amenaza continua e irrumpen cuando nuestras defensas bajan. Ocupan un espacio en el cuerpo, emiten una resonancia y se activan en reacción a estímulos que se parecen a las condiciones bajo las cuales aparecieron inicialmente. Así contribuyen a crear y recrear situaciones en las cuales esta clase de sensación tienen sentido; incluso si las condiciones iniciales pertenecieron a la vida de un antepasado y dejaron su rastro en nuestro cuerpo transmitido a través del contacto, el material genético o las dinámicas en el campo de fuerza de la familia. 

La tensión aísla las partes del cuerpo y de la psique ocupadas por esas sensaciones y las aparta del resto de nuestra personalidad. De esta manera no pueden participar en el desarrollo de nuestras habilidades y alcanzar una madurez adulta. Permanecen ancladas en el grado de desarrollo que teníamos cuando empezamos a apartar las sensaciones de guardamos en ellas.

Carl Gustav Jung denominaba esas partes aisladas complejos autónomos de la psique. [Jung, 1969] Cuando un suceso activa un complejo autónomo, éste eclipsa las capacidades de funcionamiento adulto como una posesión o un embrujo. Bajo el dominio de esta reactividad la persona puede percibir el mundo nada más que en función de su complejo y es incapaz de atender a razones.

Complejos culturales

El director de la Depth Psychology Alliance James Newell describe un complejo como
… una red de ideas y emociones que pueden haber sido olvidadas o que simplemente eran demasiado complicadas para poder procesarlas en un estado de desarrollo más temprano. Pero la energía contenida en estos complejos continua funcionando de forma autónoma, trastornando nuestros planes, por bien que las hayamos elaborado, independientemente de nuestras intenciones conscientes. [Newell, 2018].
No solo las personas sino también las culturas pueden caer bajo el dominio de complejos autónomos. [Kimbles, 2000]. A menudo los inicios de la formación de un complejo están relacionados con un trauma subyacente. [Newell, 2018] Por ahora, la investigación del estrés postraumático principalmente se ha concentrado en las víctimas de violencia y otras conductas moralmente repugnantes y también en los que fueron testigos. Pero los síntomas debilitantes del estrés postraumático también se observan en las personas que comenten actos violentos, incluso si lo hacen amparados por la ley o en defensa de ella. [MacNair, 2005].

La idea fija del estado español de la unidad de España es un ejemplo de un complejo autónomo cultural. Aparte del gasto económico, la sangre derramada, las vidas truncadas, la desertificación y erosión de las tierras, uno de los costes más devastadores de la violencia perpetrada para imponer esta idea a los pueblos que tienen una idea diferente es la desconexión de las personas de su propio ser interior. Incapaces de conectar consigo mismos no pueden conectar tampoco con otros ni con la fuerza creadora de la vida.

Una parte de la psique colectiva española es cautiva en la red de ideas y emociones de los responsables del derramamiento de sangre y del sufrimiento humano que su voluntad de imponerla a cualquier precio causó  y permanece atascada en el estadio de desarrollo de aquella era.

Independientemente de la actual intención consciente declarada de funcionar como un estado de derecho democrático, el complejo eclipsa las capacidades necesarias para funcionar como tal. Las instituciones y amplios sectores de la población española están atrapadas en esta red, porque las ideas y las emociones no pudieron ser procesadas en los tiempos del supuesto origen de España porque, entre otras razones, hacerlo habría cuestionado el mito de la superioridad cristiana. La energía de estas ideas y estas emociones continúa funcionando de forma autónoma y trastorna la convivencia democrática. El alzamiento armado de las fuerzas rebeldes bajo el comendado de Francisco Franco y el régimen impuesto por él es un ejemplo de plena activación de este complejo cultural con efectos que se extienden hasta la actualidad. 

Para despertar de la posesión y recuperar el equilibrio interno personal y colectivo es imprescindible reconocer las ideas y emociones de esta red como lo que son, ideas y emociones resultantes de las aspiraciones de unas personas hambrientas de poder y de su necesidad de compensar la desconexión de su propio ser causada por el trauma inducido por los actos perpetrados por ellos mismos y por sus predecesores. Entender las ideas y emociones en los contextos en los que se originaron ayuda al sistema nervioso a ponerse al día de la realidad del momento presente.

Un mundo interconectado e interrelacionado

La realidad es (y era) que vivimos en una mundo interconectado e interrelacionado a todos los niveles donde los conceptos que dan superioridad a unos sobre otros no tienen cabida. La unidad de España no se puede lograr ni defender, ni con armas ni con tribunales, porque no es más que el deseo de unos cuantos que choca con el derecho de otros de querer otra cosa. En realidad no existe. El uso de la violencia para imponer la voluntad de unos a otros puede funcionar durante un tiempo porque inspira miedo. Pero el miedo paraliza el desarrollo humano del conjunto: de las víctimas, de los perpetradores, de los testigos que miran sin poder hacer nada para impedir la violencia y de los que miran hacia otro lado para no verla.

Para poder actuar con responsabilidad necesitamos una percepción clara de la realidad de los que somos como seres vivos, como persona individual, como miembros de los colectivos a los que pertenecemos, de nuestro entorno inmediato y extenso, y de las relaciones entre todo eso. La primera parte de nuestro sistema nervioso que se desarrolla, una vez que hemos llegado a este mundo, regula las percepciones sensoriales. Las estructuras que permiten la conciencia de existir como individuo, con un “yo”, se crean más tarde, bajo la influencia de las experiencias de los primeros tiempos.

El conocimiento del bien y del mal que nos expulsó del estado paradisíaco de los tiempos de fusión con el conjunto, propia de la fase inicial de la vida, nos hace identificarnos con las formas de ocupar el espacio y de movernos en la vida que hemos creado con la tensión de nuestros músculos para evitar las malas sensaciones y para esforzarnos a obtener buenas sensaciones. Pero lo que es bueno desde una perspectiva, desde un punto de vista distinto, puede ser malo. Y viceversa.

Las sensaciones que nos dan miedo, nos hacen daño o nos parecen indeseables por alguna otra razón pueden transmitir información que puede tener una importancia vital. Apartarlas de la conciencia puede exponernos a energías o situaciones que pueden poner en peligro nuestra supervivencia. De la conciencia del bien y del mal se derivan dos movimientos: el de acercarnos y el de alejarnos o separarnos, la atracción, la afinidad, el amor, por un lado, y el rechazo y el miedo por el otro. El rechazo y el miedo cumplen una función importante para proteger nuestra integridad física y nuestra vida; pero solo el movimiento de acercarnos, la afinidad, la atracción, el amor facilita el desarrollo de la vida en las múltiples formas de expresión de la complejidad y diversidad que la hacen rica y capaz de afrontar a todo tipo de situaciones de forma creativa sin miedo. Acercarnos internamente  a las sensaciones que transcurren en el cuerpo, aunque den miedo, puede revelar aspectos de nuestra historia que pueden curar heridas antiguas, restablecer vínculos rotos y abrir vías por donde pueden fluir el amor y la comprensión.

Aprender a reconocer sensaciones

La reactividad de los patrones de tensión habitual basados en el rechazo, en el miedo, en el afán de poder y el deseo de sentirnos amados nos aísla en la ignorancia del hecho de que, cuando apartamos de nuestra experiencia consciente los aspectos de nuestro propio ser que consideramos intolerables, nosotros mismos creamos separación. La negación del estado español de reconocer el derecho de autodeterminación del pueblo catalán, por ejemplo, crea la separación que tanto le asusta y tanta rabia le da.

Puesto que la sombra de lo que no podemos ver en nuestro interior se proyecta sobre el entorno, es posible reconocerla a través de las sensaciones relacionadas con las emociones intensas que determinadas personas actitudes o situaciones nos despiertan. En vez de dejarnos llevar por la reactividad, podemos aprovechar la intensidad de lo que sentimos para vernos a nosotros mismos reflejados en el espejo de la situación. Para poder hacerlo es indispensable aprender a reconocer las sensaciones que transcurren en nuestro interior. Solo así podremos discernir las sensaciones que nos informan de estados que requieren una respuesta de aquellas que nos mantienen en la reactividad de los automatismos que resultan destructivos. Aunque en el pasado hayan servido para apartar de nuestra conciencia cosas que en aquel entonces no éramos capaces de tolerar, para restaurar el equilibrio interno es imprescindible ir más allá de esos automatismos.

El miedo a las sensaciones que en el pasado apartamos de la experiencia consciente nos mantiene en la reactividad a la situación del pasado. El amor a la vida nos da el valor de afrontar el miedo y de dar espacio a esas sensaciones para poder reconocerlas. Es posible que el sentirlas nos lleve a darnos cuenta de que hay que renunciar a algunos privilegios. Pero las interrelaciones e interconexiones con la maravillosa inmensidad del mundo son infinitamente más ricas, interesantes y satisfactorias que cualquier privilegio que se puede haber obtenido a costa de otros. En todo caso, al dejar fluir las sensaciones que manteniamos por debajo del umbral de la conciencia, se nos abre una vía para convertir el círculo vicioso del trauma multigeneracional en una espiral de aprendizaje.


Epílogo

En los últimos años, más que nunca, se pone de manifiesto la necesidad de estudiar las dinámicas propias del trauma porque comprenderlas puede resultar de suma importancia, no solamente para ofrecer una atención eficaz a las personas traumatizadas sino también para ayudarnos a encontrar vías de resolución de las crisis humanitarias y ecológicas que hemos creado.

Las personas que viven un tiempo prolongado bajo circunstancias traumáticas tienden a habituarse, sin restaurar el equilibrio interior cuando el peligro se acaba. Permanecen atrapados en los mecanismos de defensa que les ayudaron a adaptarse y a sobrevivir –lucha, huida, inmovilización o abatimiento- con patrones de conducta regidos por una parte del sistema nervioso que ha cambiado muy poco desde sus inicios en la prehistoria. Estos mecanismos se transmiten a las generaciones siguientes y, desde debajo del umbral de conciencia, pueden impulsarlas a reproducir condiciones traumáticas parecidas. 

Para permitir que el sistema nervioso se ponga al día hace falta un tiempo para metabolizar la experiencia traumática, incluso y especialmente, si los síntomas se manifiestan en la generación de los hijos o nietos. Es cuestión de aprender a reconocer las sensaciones que pertenecen a la experiencia del pasado, aunque la reacción de defensa al trauma las mantiene vivas como si fueran actuales. Si los padres o abuelos siguen con vida, podemos preguntarles y dejar que nos cuenten cómo se sintieron bajo las condiciones que los traumatizaron. Muy probablemente dedicaron muchos recursos a insensibilizarse. Probablemente se han pasado la vida intentando sobreponerse a las sensaciones que en aquel contexto no pudieron admitir. También para ellos puede ser una oportunidad para acabar de digerir algo que produce síntomas sin que nadie se dé cuenta de a qué se deben realmente.

Originalmente, en la primera generación, a menudo era cuestión de vida o muerte, mantener el silencio y no hablar de lo que se sentia, de lo que se pensaba y de lo que se había vivido bajo las condiciones traumáticas de la guerra y la repressión violenta bajo el régimen totalitario. Además, debido a la propia dinámica del trauma con frecuencia no es posible hablar de lo que pasó. En la segunda generación, los hijos y las hijas no tienen acceso a las palabres que harían posible una representación verbal de los sucesos que los padres mantuvieron en silencio pero, por sintonía con los padres, en su memoria implícita quedan registros de sensaciones, sentimientos, imágenes relacionados con esos sucesos. Pero, al no tener palabras, son indecibles. En la tercera y la quarta generación todo eso llega a ser impensable, aunque quedan fragmentos de sensaciones, sentimientos e imágenes inconexos. [Pijoan i Pintó, 2012]
 
Hacer preguntas e interesarnos por las vivencias de nuestros padres y abuelos puede vencer el aislamiento producido por ese silencio y restablecer el contacto profundo inherente a la relación biológica que nos vincula. Será cuestión de escucharlos, de intentar imaginarse cómo se deben haber sentido bajo aquellas condiciones para poder hacer preguntas que ayudan a sacar las cosas importantes del olvido. Si ya murieron, sólo nos queda la imaginación y el estudio de la época a través de lecturas, películas, documentales y conversaciones con personas que tuvieron experiencias parecidas. Quien más quien menos conoce algunas anécdotas que explicaban, cuando éramos pequeños, pero muchos nunca nos paramos a imaginar cómo nos sentiríamos nosotros en el lugar del padre, de la madre, del abuelo o la abuela durante la guerra y bajo el régimen totalitario que determinó sus vidas.

Dedicar un tiempo a este trabajo interior permite a las partes más evolucionadas de la mente humana conocer y entender los patrones de tensión habitual que funcionan bajo el régimen de una parte primitiva del sistema nervioso y nos protegieron contra sensaciones que no podíamos entender porque las partes del sistema nervioso necesarias para reconocerlas y procesarlas aún no estaban preparadas. Así, las partes adultas, evolucionadas, de la persona pueden cuidar de las partes más jóvenes que se quedaron aisladas, presas de las sensaciones intolerables del pasado propio y del de nuestros predecesores. Entonces el organismo y la psique pueden asimilar lo que tiene utilidad para la continuación de la vida y soltar lo que hace daño y ya no viene al caso.

Un síntoma colectivo de los efectos no asimilados de traumas multigeneracionales es el resurgimiento de las fuerzas de la extrema derecha en todo el mundo, con actitudes y comportamientos violentos contra personas y colectivos que esos grupos consideran amenazantes. Para no caer en un círculo vicioso y aprender de la experiencia del pasado de guerras, regímenes totalitarios y culpas y vergüenzas intolerables, parece tener una importancia vital identificar los rastros de los efectos de los traumas no resueltos de nuestros predecesores en el propio cuerpo y en la propia vida. Reconocer el contexto sociocultural histórico y económico de la vida de nuestros padres y abuelos que se refleja en las malas sensaciones grabadas en los tejidos de nuestro cuerpo durante los tiempos iniciales de nuestra vida las hace más soportables. En vez de caer en el desánimo por tener alguna especie de defecto que no somos capaces de resolver, ni con años de terapia, cuando empezamos a hacernos cargo de cómo nuestros predecesores se deben haber sentido bajo las condiciones traumáticas de su vida, al reconocer en nuestro propio cuerpo las sensaciones a las que, bajo aquellas condiciones, ellos no pudieron dar espacio, en vez del desánimo, la vergüenza, el sufrimiento o el enfado aparecen la comprensión y la compasión y también la gratitud por poder vivir en condiciones mejores. Restablecer los vínculos por los que puede fluir el amor que nos une con nuestra familia, que el trauma había cortado, ayuda a soltar la tensión con la cual nos defendíamos contra aquellas sensaciones y a sentir, quizás por primera vez de forma consciente, la conexión con el mundo social y natural al cual pertenecemos. Los lazos del amor que unen las familias se fortalecen, incluso más allá de la muerte. De ahí crece un profundo aprecio de la vida en todas las formas en las que se manifiesta, la nuestra y la de todos los demás, que da lugar a vivir con alborozo incluso cuando hay dolor.

Empiezo a escribir este epílogo el 6 de diciembre de 2018, otra fecha señalada: la constitución española cumple 40 años. Arquetípicamente, en la vida humana esta es una edad en la que la persona se pregunta: del que he hecho en mi vida hasta ahora ¿qué quiero conservar y continuar desarrollando para lo que me queda de vida? Del que he sacrificado para llegar hasta aquí ¿Qué quiero rescatar? Del que hay en mi vida ahora ¿qué quiero dejar atrás? El artículo 2 de la constitución mantiene la sociedad española bajo el dominio del círculo vicioso de un pasado traumático: la presunción de la indisoluble unidad de lo que una parte de la nación española (si tal cosa existe) considera la patria común e indivisible de todos aquellos que esa parte considera españoles, porque la condición de ser español, a una parte de la población, fue impuesto a la fuerza y hasta por medios genocidas.

Más allá de los hechos del asesinato, la aniquilación física de personas y el control de la natalidad, el genocidio se define de la siguiente manera: “un plan coordinado de diversas acciones dirigidas a la destrucción de las bases esenciales de la vida de un grupo nacional, con el objetivo de aniquilarlo” [Power, 2013 y Lemkin 2008], como por ejemplo la insistencia del estado español en que el pueblo catalán no es un pueblo, los esfuerzos continuados por españolizarlo, los intentos de suprimir la enseñanza en lengua catalana, la anulación de un gran número de leyes aprobados por el Gobierno de Cataluña, la persecución judicial de gobernantes electos por el pueblo catalán y un largo etc. Los crímenes del genocidio no prescriben, ni al cabo de ochenta años, ni de trescientos ni de quinientos años. En aquellos tiempos los esfuerzos genocidas no se limitaban a los que se continúan practicando en la actualidad. No puede haber amnistía sin un juicio que establece con claridad qué crímenes tuvieron lugar y quién los cometió. Una Constitución que incluye una cláusula que da lugar a interpretaciones que justifican la destrucción de las bases esenciales de la vida de un pueblo y niegan su existencia como tal mantiene el país en conflicto con una parte de la humanidad. No puede constituir una base para la cohesión social y una convivencia pacífica, ni de las personas que viven en ese país ni de ese país con los otros países del mundo.

Por más recursos que se destinen a encubrir la culpa de los delitos contra la humanidad que se cometieron para imponer la indisoluble unidad que aquella cláusula reivindica y a darse la apariencia de un estado de derecho democrático a pesar de esos crímenes, la culpa no desaparece y las evidencias ponen la realidad de manifiesto. Esa cláusula mantiene vigente el círculo vicioso de actos fallidos, bancarrotas y traumas que domina el estado español. Para convertirse en un estado de derecho democrático hay que aprender a comportarse democráticamente. Esto quiere decir aceptar el mandato del pueblo y permitir que las personas escogidas por el pueblo para llevarlo a cabo lo hagan, sin encarcelarlos y perseguirlos, y sin esconderse tras formulaciones que son anticonstitucionales por más que hayan llegado a ser incluidas en la constitución – a la fuerza y erróneamente.

Para aprender a comportarse democráticamente, en primer lugar será necesario tener conciencia de los patrones habituales que dan forma a una parte enorme de nuestros comportamientos. Muchos de esos patrones nos mantienen anclados en el pasado, si no aprendemos a reconocerlos, tanto en lo sensorial como en lo cognitivo, y si no nos aplicamos en desarrollar conductas más apropiadas para la vida actual. Una vía de acceso a este aprendizaje pasa por la conciencia de la relación entre el cuerpo y el entorno físico, es decir, el suelo debajo y el espacio alrededor del cuerpo. Si nos damos cuenta de cómo ocupamos el espacio con el cuerpo y cómo nos movemos en la vida, podemos regular esas formas y encontrar formas alternativas que permiten a la gravedad sostenernos y nos ofrecen más libertad de movimiento y capacidad de respuesta, en vez de los patrones restrictivos creados bajo las condiciones traumáticas.

Ahora mismo, ¿cómo es la sensación de la relación entre el cuerpo y las partes del mundo material con los que está en contacto? La presión del peso del cuerpo contra las superficies que toca cambia con los movimientos de la respiración. Si no observas ningún cambio, es porque tu respiración está muy limitada o porque tu forma de estar sentado o de estar de pie comprime los espacios al interior del cuerpo. El aire que entra en el cuerpo con la inspiración tiene un volumen y un peso. Expande el cuerpo y lo aprieta contra el asiento y el respaldo, si estamos sentados, y desplaza el peso sobre los pies, si estamos de pie. El movimiento de la espiración nos orienta hacia el espacio del eje central del cuerpo y hacia el suelo. Los músculos que llevaron a cabo el trabajo de inspirar, al espirar se relajan. Es decir, al espirar, podemos descansar profundamente en lo más hondo de lo que somos como seres vivos y en el mundo material del cual somos una parte. Cuando ya ha salido todo el aire que sale fácilmente, podemos constatar hasta qué punto podemos descansar en el fondo de lo que somos y en el mundo al cual pertenecemos. ¿Te sientes conectado? ¿Te mantienes a distancia? ¿O mantienes el mundo a distancia? ¿Gozas de un intercambio y una interrelación amorosa a todos los niveles? ¿Tienes miedo de dejar entrar el mundo exterior en la profundidad del espacio más íntimo del ser que eres, de ver y de mostrar lo que sientes allí dentro? ¿Encuentras allí dentro el alborozo de vivir en un mundo maravilloso? ¿Te escondes ante un mundo que sientes como amenazador?

No tenemos más que el momento presente para observar esas cosas. Es cuestión de practicar reconocer las sensaciones y de buscar, momento a momento, las formas que permitan al suelo sostener el peso de nuestro cuerpo para que la relación entre los espacios interior y exterior permita a la respiración fluir sin trabas, profunda y calmadamente. Entonces podemos sentir que la conciencia del “yo” que hemos creado bajo las condiciones iniciales de nuestra vida está profundamente arraigada en el ser vivo que somos y podemos nutrirnos de la energía que fluye a lo largo del eje que une ego y ser [Edinger, 1992] para darnos cuenta de que somos un individuo único y a la vez universal. Como tal podemos resolver una parte proporcional del trauma colectivo multigeneracional que se encarna en cada uno de nosotros.

La  capacidad de recuperarse de estados negativos es una de cuatro capacidades para las cuales los humanos tenemos circuitos innatos determinantes para un bienestar perdurable. Las otras tres son la capacidad de mantener estados positivos, la capacidad de enfocarnos y de evitar divagar y la capacidad de ser generosos. [Davidson, 2018] Hasta quienes se suben a un caballo con el pecho hinchado para ir a la conquista de los objetos de su codicia tiene estas capacidades y aquellos que se esconden bajo la toga de la jurisdicción para poder condenar a personas que cumplen el mandato para el cual fueron elegidos; y también las tienen, incluso, aquellas que escupen veneno y mentiras cuando abren la boca. No saben ejercerlas porque separan la gente en nosotros y ellos. Su vida está regida más por el miedo que por el amor y pretenden que todos nos acompasemos al miedo y a la violencia que se transmiten en sus actos. Para el bien de todos conviene no hacerlo, sino ponerles límites con compasión y comprensión de causa. Si no sabemos cómo hacerlo, podemos aprender a ejercitar esas capacidades inherentes a nuestra naturaleza y reconocer que todos formamos parte del colectivo de seres vivos. La creencia de ser mejor que otros o superior a ellos, merecedor de un trato mejor, de hecho, encubre una vergüenza intolerable porque la mala sensación en el cuerpo parece denotar ser algo inaceptable, peor que otros o inferior a los demás. Esto es una vergüenza tóxica; una vergüenza por ser lo que uno es no acaba nunca. [Bradshaw, 1988] En un círculo vicioso, no para de producir situaciones vergonzosas.

Una vergüenza sana aparece cuando uno se da cuenta de haber hecho algo mal hecho. Dura cierto tiempo y se acaba. Permite aprender de los errores y encontrar el alborozo que nace de la cooperación, la ayuda mutua y la generosidad que expresan la naturaleza humana. Pero para llegar a este punto, a menudo, primero hay que identificar y desactivar el complejo que eclipsa las facultades naturales de la persona y la impulsa a comportarse de forma vergonzosa. En el caso de un complejo cultural, como por ejemplo la idea de la indisoluble unidad de España, que posee amplios sectores de la población, del gobierno, de la oposición, de la judicatura y de las fuerzas de seguridad del país, las soluciones individuales no alcanzan a poder romperlo. Un complejo cultural impide a la gente ver a otros y a ellos mismos tales como son. Opera más allá de la individualidad y es demasiado grande como para poder afrontarlo individualmente. Requiere una respuesta colectiva. [Kimbles, 2000] No obstante, para poder elaborar e implementar una respuesta colectiva eficaz parece ser necesario que un número suficiente de personas hayan hecho la labor interna de liberarse de la posesión por los registros traumáticos heredados. Discernir y distinguir los contenidos emocionales propios de los que pertenecen a las experiencias no procesadas de nuestros predecesores permite labrarnos libertad de movimiento y capacidad de respuesta y, sobre todo, un margen de libertad para evitar que los circuitos de defensa contra los traumas del pasado se activen de forma inconsciente en un círculo vicioso de reactividad frente a estímulos que tienen cierto parecido con el trauma original.

Desde el punto de vista de esta analista de patrones arquetípicos y practicante de reconocimiento de patrones somáticos, la autodeterminación del pueblo catalán en una república catalana parece una respuesta colectiva capaz de desactivar el complejo cultural que mantiene la monarquía española en un círculo vicioso de bancarrotas y de restaurar el equilibrio interno, tanto en España como en Cataluña, después de los traumas colectivos multigeneracionales que lo generaron.  Los beneficios de la reorientación y reorganización que comportará seguramente producirán efectos positivos también en otros países del mundo.

Esta trilogía fue escrita para celebrar los frutos de 30 años de trabajo como practicante certificado del Duggan/French Approach para el reconocimiento de patrones somáticos desde el 20 de diciembre de 1988. Nunca seré capaz de expresar en palabras la gratitud que siento hacia Annie B. Duggan y Janie French por todo aquello que me enseñaron. Era exactamente lo que necesitaba aprender para curar lo que me estaba poniendo enferma. Espero haber podido transmitir al menos una parte de toda la ayuda que recibí y que leer mis palabras haya sido útil para ti.

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© Brigitte Hansmann, practicante de DFA reconocimiento de patrones somáticos y analista de patrones arquetípicos

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Bibliografía


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Conforti, M., (1999) Field, Form and Fate – Patterns in Mind, Nature, and Psyche, Woodstock, CT: Spring Publications, 1999
-    (2008) Threshold Experiences – the Archetype of Beginnings, Assisi Insitute Press, Brattleboro, 2008

Davidson, R., citat per Abrams, D., (2018) co-autor junt amb el Dalai Lama i l’arquebisbe Tutu, D. The Book of Joy, London, p. 56s

Edinger, E. F., (1992) Ego and Archetype, Individuation and the Religious Function of Psyche, Boston

Hansmann, B., (1997) Con los pies en el suelo,  Barcelona
-    (2013) Respirar con árboles, Barcelona

Kaufman, Y., (2009), The Way of the imatge – An orientational approach to the Psyche, New York

Kimbles, S. L., (2000), “The cultural complex and the myth of invisibility”, The Vision Thing – Myth, polítics and Psyche in the World, ed. Singer T., London

Kolk, van der B., (2014) The Body Keeps the Score, New York

Lemkin, R., (1944, 2008) Axis Rule in Occupied Europe: Laws of Occupation - Analysis of Governement - Proposals for Redress, Washington http://www.preventgenocide.org/lemkin/AxisRule1944-1.htm (visto el 21 de enero de 2019)

Levine, P., (1999) Curar el Trauma, Barcelona

MacNair, R. (2005). Perpetration-Induced Traumatic Stress: The Psychological Consequences of Killing. Bloomington, IN: Authors Choice.

Newell, J. (2018), The Archetypal Roots of Multi-Generational Trauma in the Americas,  http://www.depthpsychologyalliance.com/profiles/blogs/roots-of-cultural-chaos , (24 de octubre 2018)

Pijoan i Pintó, J., La reconstrucció en grup de llaços desfets, en: Miñarro, A. and Morandi, T.. Trauma i Transmissió, Efectes de la guerra del 36, la postguerra, la dictadura i la transició en la subjectivitat dels ciutadans, Barcelona, Fundació CCSM, Xoroi Ediciones, 2012, p. 141 

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Rodgers, A.B., i Bale T. L., “Germ cell origins of PTSD risk: the transgenerational impact of parental stress experience”, Biol Psychiatry, 2015 https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4526334/, (vist el 27 de setembre 2018)

Wilson, D. (1984), Pit River Nation: A Call for Native Unity, Akwesasne Notes, Mohawk Nation, via Rooseveltown, NY

2 comentarios:

  1. Querida Brigitte ! Que alegría tus maravillosas reflexiones que comparto completamente !! Gracias

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